La liturgia de este día inicia con
la bendición y la procesión de las calendas (las velas). La luz del Señor que inunda el templo. En el
evangelio encontramos esta exclamación por boca del anciano Simeón: "mis
ojos han visto a tu salvador, al que has preparado para bien de todos los
pueblos, luz que alumbra a las naciones".
El signo de la
luz siempre ha sido muy importante en la celebración de la Iglesia a través de
los siglos. Primeramente nos remite al libro del Génesis, en el caos, en la
oscuridad, Dios dijo: "que haya luz", y la luz se hizo. Y con esto
comenzó la creación, se puede ver, ya no hay oscuridad, a partir de aquí surge
todo lo demás que es bueno y bello. El recorrer tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento encontramos el signo maravilloso de luz haciendo referencia a
Dios, a su gloria, a su presencia. En los evangelios encontramos la curación de
los ciegos, que tienen nuevamente luz, que pueden ver, contemplar a Jesús y
todo lo que está a su alrededor.
José y María
llevan a Jesús al templo de Jerusalén, en él hay dos ancianos, cuyos años han
desgastado los sentidos, han nublado y entorpecido la vista. Ese Niño en brazos
de un matrimonio joven viene a ser la luz de una nueva creación, es Dios que vuelve
a decir: "hágase la luz" y que inicie una nueva creación, una
creación en donde Dios ya no ve desde arriba, ya no ve al hombre desde lejos, sino que está al lado del hombre, para que el
hombre lo pueda ver. María y José creen presentar al Niño en el templo
cumpliendo la ley de Moisés, pero en realidad en Dios quien presenta a su Hijo
como luz para todos los pueblos, es Dios que cumple no la ley sino la promesa
de ser el Dios-con-nosotros. Esa luz que Dios nos da en Jesucristo, es la luz
que permite al hombre ver claro, su lugar, su relación con Dios, su principio y
su final. Su misión como portador de esa luz que proviene de Jesucristo.
Luz-Jesucristo que permite ver muy claro, que ilumina la conciencia, que
reaviva, que llena de esperanza. Simeón y Ana, estos dos ancianos vuelven a
vivir, pese al deterioro del cuerpo y el desenlace final de su vida terrena, al
contemplar la luz de aquel Niño se abre la esperanza de una nueva creación, una
nueva vida, que proviene de Dios que es real y que los lleva a participar de
ella.
Las calendas
que este día encendemos y con las cuales caminamos, son un recordatorio de que
"vamos tras la luz que es Jesucristo, y que nosotros somos lámparas que
iluminamos el camino de otros". Al igual que el Génesis, después de que se
hizo la luz, Dios colocó lumbreras en el firmamento para que guiaran y
orientaran a los hombres. Estas lumbreras se alimentan de la luz principal,
solo así pueden cumplir su cometido.
Así tiene que
ser la vida de los cristianos, esa es la tarea de los cristianos, seguir la luz
verdadera, Jesucristo, luz que ilumina, que aclara y que permite ver la verdad
que satisface al hombre, la realidad que Dios nos ofrece para transformarla y
la vida eterna que se abre ante nosotros. Nos permite ser signos, lumbreras, para orientar a los demás hombres, para que no
se pierdan, para que puedan llegar y tener la luz que ya nos guía a nosotros.
Que Jesucristo
siga iluminando nuestra vida, y que sigamos siendo lumbreras que orienten a los
demás hombres.
Luminoso
domingo del Señor.
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