16 julio 2023

Una vez salió un sembrador a sembrar | XV domingo del tiempo ordinario | Daniel de la Divina Misericordia C.P.

 


«En cambio, lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta» Mateo 13, 22-23

El Evangelio de este domingo es un texto que se explica por si solo, es difícil hacer una reflexión cuando el mismo Jesús nos ha dado ya una clave de lectura al explicar detalladamente el significado de la parábola; sin embargo, a la luz de las palabras del profeta y del apóstol podemos sacar una enseñanza actual para nuestra vida.


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El género parabólico tiene una serie de características que lo hacen especial, no solo se trata de apropiarse de imágenes de la vida cotidiana para explicar, por medio de la analogía, realidades profundas difíciles de explicar solo con palabras; se trata ante todo que dicha analogía se grabé de forma tan profunda en la memoria del oyente que pueda tenerla presente de forma constante, pero además, esta siempre queda abierta, no hay una sentencia definitiva, pues se trata que lo grabado en la memoria se transforme por medio de la imaginación en instrumento de reflexión sobre la propia vida en miras a una transformación.

De ahí que al escuchar la parábola del sembrador explicada por el propio Jesús corramos el riesgo de pensar que dicha explicación está cerrada, como si Jesús pretendiera que solo nos identificáramos con alguna postura frente a la Palabra de aquellos que están representadas en el camino del sembrador, pero eso sería limitar la propia acción de la Palabra.

El final de la parábola es claro, la Palabra bien acogida se transforma en fruto, abundante y superabundante, de salvación. Si la Palabra es la semilla primigenia esta alcanza la plenitud de su fecundidad cuando la tierra, es decir cada uno de nosotros, la reproduce, así nuestras palabras y acciones bien fundamentadas en la Palabra, se transforman en germen de salvación.

De ahí que nuestra actitud frente a la Palabra no puede ser solo pasiva, no solo se recibe con una actitud de devoción superficial, sino ante todo con una actitud abierta a la fecundidad que se convierte en una vida movida a la acción transformadora de Dios.

Isaías, en el breve fragmento que leemos de él en la primera lectura, nos muestra esta dinámica de la Palabra, al compararla con la lluvia que fecunda la tierra para producir abundancia de semilla y pan que puedan remediar el hambre de justicia y paz que tanto aquejan al mundo, cómo dice Pablo en la segunda lectura, el clamor de nuestro mundo es escuchado por Dios, y su Palabra encarnada en la fecundidad de nuestro barro es su respuesta de esperanza frente a la esclavitud a la que la hemos sometido por el pecado.

Así que no basta con oír, aceptar y entender la Palabra, es necesario ante todo asimilarla de tal modo que se reproduzca en abundancia en nuestra vida. Aquí es donde la parábola queda abierta para que puedas reflexionar sobre las maneras en que la dejas fructificar, por ello el resto de la reflexión depende de ti.

Bendecida semana.

Fraternalmente: Daniel de la Divina Misericordia C.P.

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