«En cambio, lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta» Mateo 13, 22-23
El Evangelio de este domingo es un texto que se
explica por si
solo, es difícil hacer una reflexión cuando
el mismo Jesús nos ha dado ya
una clave de lectura al explicar
detalladamente el significado de la parábola;
sin embargo,
a la luz de las palabras del profeta
y del apóstol podemos sacar una enseñanza
actual para nuestra vida.
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El género parabólico tiene una serie de
características que lo hacen
especial, no solo se trata
de apropiarse
de imágenes de la
vida cotidiana para explicar, por medio de
la analogía, realidades profundas difíciles
de
explicar solo con palabras;
se trata ante
todo que dicha analogía se
grabé de forma tan
profunda en la memoria
del oyente que pueda tenerla
presente de forma constante,
pero además, esta siempre
queda abierta, no hay una
sentencia definitiva, pues se trata
que lo grabado en la memoria se transforme por medio de la imaginación en instrumento de reflexión sobre
la propia vida en miras a una
transformación.
De ahí que al
escuchar la parábola
del sembrador explicada por el propio
Jesús corramos el riesgo de pensar que
dicha explicación está cerrada, como
si Jesús pretendiera que solo nos identificáramos con alguna
postura frente a la Palabra de aquellos
que están representadas en
el camino del sembrador,
pero eso sería limitar
la propia acción de la Palabra.
El final de la parábola es claro, la Palabra
bien acogida se transforma
en fruto,
abundante y superabundante, de salvación. Si la
Palabra es la semilla primigenia esta
alcanza la plenitud de su fecundidad cuando la tierra, es decir cada uno de
nosotros, la reproduce, así nuestras
palabras y acciones
bien fundamentadas en la Palabra,
se transforman en germen
de salvación.
De ahí
que nuestra actitud
frente a la Palabra no
puede ser solo pasiva, no solo se recibe
con una actitud
de devoción superficial, sino ante todo con una actitud
abierta a la fecundidad
que se convierte en una vida
movida a la acción transformadora de Dios.
Isaías, en el breve
fragmento que leemos de él en la primera
lectura, nos muestra esta dinámica
de la Palabra, al compararla con la
lluvia que fecunda la
tierra para producir abundancia de semilla y pan
que puedan remediar el hambre
de justicia y paz que
tanto aquejan al mundo, cómo dice Pablo en
la segunda
lectura, el clamor de nuestro
mundo es escuchado por Dios,
y su Palabra encarnada en la fecundidad de nuestro barro es su respuesta de esperanza frente a la esclavitud a la que
la hemos sometido por el
pecado.
Así que no basta con oír, aceptar y entender
la Palabra, es necesario ante todo asimilarla de tal modo que se
reproduzca en abundancia en nuestra vida. Aquí
es donde la parábola queda abierta
para que puedas reflexionar sobre las maneras en que la dejas fructificar,
por
ello el resto de la
reflexión depende
de ti.
Bendecida semana.
Fraternalmente: Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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