XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo […]Tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia»
Mateo 16, 13-20.
Continuando con nuestro recorrido en el Evangelio de San Mateo,
la liturgia de la Palabra nos lleva hoy hasta el episodio de la llamada
“Profesión de fe de Pedro”. El tema sigue siendo entonces la fe, tal y como ha
sido en los domingos precedentes; Pedro fue testigo del poder de Jesús que
camina sobre las aguas y se abandona en la confianza de ser salvado por el
Señor (XIX Domingo del tiempo ordinario); Pedro ha sido testigo del amor
misericordioso de Jesús manifestado en la curación de la hija de la Cananea y
ha contemplado la perseverancia de la fe de aquella mujer que confía en la
salvación dada por Jesús (XX Domingo del tiempo ordinario); ahora es tiempo de
que la fe propia de Pedro unida a la fe de la mujer Cananea y de los demás que
siguen a Jesús se funda en la confesión de fe de un solo corazón, de la fe de
la Iglesia.
1. ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Una de las grandes preguntas que se ha hecho el ser humano es
aquella sobre su propia existencia, pues con mucho esfuerzo ha buscado tratar
de definirse a sí mismo como ha podido definir lo que se encuentra a su
alrededor, los elementos que lo constituyen, su razón de ser en el mundo, su
fin último, y, sin embargo, no ha logrado responder a esta inquietud con
suficiencia.
Si esto ha sido difícil en el campo de lo objetivo, no lo es
menos en el campo de lo subjetivo, pues cada ser humano condicionado por su
entorno cultural y su historia personal cuenta con características diversas que
le ayudan a concordar o discordar con quienes lo rodean; tratar de definirnos
es complejo, porque vamos cambiando en cada etapa de nuestra vida, y aunque hay
cosas que permanecen en nuestra personalidad, estas son percibidas por nosotros
y por los que nos rodean de diversos modos.
Solo cuando recurrimos a otro ser humano podemos comprendernos
mejor, cuando nos identificamos en el rostro de otro ser humano podemos
reconocer nuestra propia humanidad con sus virtudes y defectos, cuando nos
contemplamos en el rostro del otro podemos reconocer nuestra propia dignidad y
reconocer su dignidad, y entonces podemos entablar relaciones que nos ayudan a
crecer humanamente.
2. Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
Sin embargo, un riesgo que corremos es el de escuchar voces
distorsionadas que nos colocan en lugares que no nos corresponden, sea por los
sueños que tienen para nosotros (exaltarnos) o sea por el desprecio que tienen
para con nosotros (eliminarnos). Esto representa un peligro si es que no
tenemos bien afianzada nuestra propia identidad, o si nos encontramos en un
momento de crisis, decisiones, discernimiento, ya que podemos perder nuestro
rumbo.
Para Jesús, que se encuentra discerniendo sobre su misión, la
crisis pareciera que se hace presente de esta manera, tiene muy clara su
identidad, es el Hijo amado de Dios, pero las voces que escucha a su alrededor
lo hacen pensar en la manera en que habrá de asumir su identidad, pues para
algunos es un impostor (autoridades), para otros un milagrero que puede
satisfacer sus necesidades (multitud)o alguien que ha perdido la razón y la
noción de su realidad (parientes). Esas voces piden muchas cosas a Jesús
desaparecer, callar, usar su poder para convencer a la gente de rebelarse,
tomar el trono de Israel…
Jesús abre el diálogo preguntando a cerca de la opinión de los
demás, aunque la sabe muy bien, quiere a raíz de esas respuestas saber si sus
discípulos tienen la misma opinión de la gente o han descubierto algo diferente
en su persona.
Ellos son su familia, sus amigos y cómplices, con ellos ha
compartido la vida, los sueños, los triunfos y fracasos del ministerio, las
penurias del camino y la generosidad de la gente; Jesús quiere saber si ellos
lo asumen como un profeta más o si es en realidad alguien especial, si han
decidido creer a las palabras de la gente o han decidido creer a las palabras y
obras de Jesús.
3. Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo – Tú eres
Pedro
De entre los discípulos es Pedro quien se atreve a dar una
respuesta; y es que Pedro es un personaje interesante, a lo largo del
evangelio, es una imagen fiel del discípulo osado que se atreve a dejarlo todo
para seguirlo, que se equivoca, que se exaspera, pierde la fe por momentos, se
rebela ante la voluntad del maestro, se deja llevar por sus intereses
personales o el miedo; Pedro no es el discípulo perfecto, pero es profundamente
humano, porque ¿Quién de nosotros no es como Pedro?¿Quien no ha hecho cosas
como las de Pedro?
Y es esto lo que hace que su respuesta sea certera, Jesús puede
reconocer en el rostro de Pedro su parte más humana y sabe que es la que le
hablará con mayor sinceridad.
Pedro ha descubierto en Jesús, en sus palabras y acciones, el rostro
de Dios, por eso reconoce en él al Hijo, al salvador; Pedro ha descubierto que
Jesús no es ningún charlatán, menos aún un milagrero que pueda resolver sus
necesidades o un desequilibrado que haya perdido la razón; para Pedro Jesús es
alguien que trasciende a su comprensión, y aunque a veces sus actos van más
allá de sus límites, que rayan en la locura o en la necedad como dicen los
demás, sabe perfectamente que los planes del maestro aunque van por caminos
difíciles siempre lo llevan al mayor bien.
Y Jesús, descubre que Pedro, más allá de ser un padre de
familia, pescador, testarudo, es un hombre profundamente humano, lleno de fe,
un hombre que puede fallarle y traicionarle, pero también con una profunda
capacidad de levantarse y emprender de nuevo el camino, pedir perdón y buscar
hacer mejor las cosas con la nueva oportunidad que se le da.
Ambos descubren que el otro no es alguien que se pueda
comprender por lo que los demás digan, sino por lo que en persona se pueda
experimentar; en adelante, Jesús será para Pedro su salvador personal, el Dios
en el que quiere creer porque es todo amor y misericordia, y Pedro será para
Jesús el amigo al que pueda confiar el cuidado de su familia la Iglesia, porque
espera que esta tenga la misma fe que ha profesado Pedro.
4. Porque no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi
Padre
Hoy tantas voces se levantan contra el ser humano para hacerlo
perder su esencia; algunos quieren exaltarle en demasía, haciendo de él
merecedor de “derechos” que atentan contra su dignidad, contra la naturaleza y
contra Dios mismo; otras más quieren cosificarlo, haciendo de él destinatario
de ideologías, consumismo, hedonismo, que lo llevan al vacío y sinsentido
existencial.
A la par, muchas voces se levantan contra Cristo, pretendiendo
hacer de él un ideal utópico, una doctrina anacrónica, una representación de
valores que la humanidad debió sepultar hace decenas de siglos, cuyo
seguimiento solo lleva a la ignorancia, al dogmatismo y al fanatismo. Algunas
otras pretenden hacer de él una idea que subsiste a base de tradiciones, de
ritos, de costumbres, que aseguren una recompensa eterna.
Pero en medio de tantas voces, la comunidad de la Iglesia
recuerda este pequeño diálogo entre Jesús y Pedro, diálogo que nos recuerda que
el amor de Dios siempre sabrá decir la verdad sobre el hombre, y que la fe de
Pedro y de la Iglesia siempre sabrá con certeza reconocer la presencia de su
Señor, la garantía de ello está en que Dios mismo se nos ha querido revelar.
¿Quién es Jesús para ti? ¿Tu respuesta depende de tu experiencia
de Él o de las voces que oyes alrededor? Recuerda que de tu respuesta dependerá
lo que tú puedas saber sobre ti y reconozcas la misión que Dios te ha
preparado. Que el Señor nos ayude a reconocernos en Él.
El resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida semana.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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