El
tema de la asunción a los cielos de María en cuerpo y alma me parece que es un
dogma mariano que, si se quiere defender sin más como un privilegio exclusivo
de la Madre de Dios, viene a trastocas varios temas teológicos complicados. Uno
de ellos, el que me parece más abstracto si hablamos de nuestro “destino” como
seres finitos, es el de la muerte y qué pasa después de ella.
A
ciencia cierta no sabemos que es lo que pasa cuando nuestro organismo “deja de
funcionar”. Nadie ha regresado de la muerte para platicarnos cómo es ese
trance. Por lo tanto, como hombres de fe no queda más que abandonarnos a la fe
y creer firmemente que después de la muerte hay un “más allá” que inicia en el “más
acá”. Desde este presupuesto es como creo que podemos darle un resignificado al
dogma de la asunción de María.
Este
dogma mariano fu promulgado por Pío XII en 1950[1]. El discurso teológico de
este dogma se refugiaba bajo una «mariología de privilegios». Actualmente hay
un intento de releer este dogma junto con el tratado de la escatología. Un
ejemplo de ello es José M. Hernández M., que dice, con base en los datos del AT
y del NT, que en esta verdad de fe que se enuncia vale también para todos los
creyentes, de ahí que se pueda deducir que el término "asunción" no
es una realidad exclusivamente aplicable a María, pero sí mantiene su figura de
«perfecto modelo»[2].
Esta
reinterpretación teológica de la asunción de María ha de tomar en cuenta la
antropología y la escatología cristiana, como bien señala el mismo Hernández.
De la primera (antropología) hay que retomar la figura unitiva del ser humano
que nos propone nuestra herencia judía, de ver al hombre no como alguien que “tiene”
cuerpo “y” alma, sino como alguien que “es” cuerpo al tiempo que “es” alma.
Aquí no hay una dicotomía, sino una asunción de ambas realidades del ser
humano.
De
la segunda (escatología), hay que tener en cuenta las diversas interpretaciones
escatológicas que hacen presencia ya desde la Sagrada Escritura y en la
reflexión teológica posterior. Particularmente, retomar el tema de la
resurrección siguiendo la lógica de la antropología unitiva como la
glorificación de todo el hombre, no en una esfera espacio-temporal, sino en la
unión de la temporalidad humana con la eternidad de Dios, donde no transcurre el
tiempo, ni es territorial el espacio.
La
asunción de María significaría, así, el primer recuerdo por parte de Dios de
que la resurrección de su Unigénito, entendida como plenitud de vida en las
coordenadas precisas del reino de Dios, no pasó sólo una vez en Jesús, sino que
acontece a lo largo de la historia. Y no sólo cuando muramos, sino que acontece
desde que hacemos presente el reino de Dios, pues ello es ya vivir en la
presencia de Dios, pero que, ciertamente, tendrá su plenitud en «el final de
los tiempos».
La
asunción de María es, en conclusión, el recuerdo de nuestro destino como hijos
de Dios y emisarios de reino. Al final de cuentas, esta suerte la tuvo María
por permanecer fiel a Dios y su proyecto. La tarea está pendiente para
nosotros.
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