20 agosto 2023

«Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas» Mateo 15, 21-28 | Por: Daniel de la Divina Misericordia C.P.

 


XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

«Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas»
Mateo 15, 21-28

Este domingo, al igual que el anterior, la Palabra de Dios se centra en el tema de la fe; ahora el tono es un poco distinto, pues mientras que la semana pasada se nos indicaba que la fe debe ser lo suficientemente fuerte como para no dudar, hoy nos invita a vivir con una fe que persevera y no desfallece. Dejemos, pues, que la Palabra de Dios nos ilumine, y a su claridad examinemos nuestra fe.

1. El pueblo de Dios y los pueblos paganos

Dios se escogió un pueblo, para que fuese de su especial propiedad, no para despreciar a los demás pueblos, sino para que por medio de Israel llegase la salvación a todos los hombres; para esta especial misión Dios les había dado un tiempo de preparación por medio de la ley, para que cuando llegaran a la madurez fueran el medio por el que Dios hablara a la humanidad entera.

Sin embargo, como nos ocurre con frecuencia a los seres humanos, las situaciones de la vida fueron distorsionando el sentido, se perdió el horizonte de ser el pueblo elegido para servir a Dios siendo ejemplo de sociedad para la humanidad y se percibieron como un pueblo diferente, superior, que para conservar su pureza y santidad deberían alejarse de los demás pueblos para no contaminarse con sus costumbres.

Sin embargo, para Dios seguía estando presente la promesa de salvación para la humanidad, Él no había cambiado sus intenciones; Dios siempre había soñado en congregar en Israel a todos los pueblos, que por el ejemplo de fe de su pueblo se convirtieran al Señor, eso es lo que nos describe la primera lectura (Isaías: 56, 1. 6-7) al hablar de congregar en su monte santo (Jerusalén) a todas las naciones.

En este contexto, cuando llegó la plenitud de los tiempos, vivió Jesús, rodeado de un ambiente de segregación, discriminación y rechazo hacia los extranjeros; recordemos que esto siguió existiendo aún después de su predicación, pues a las primeras comunidades cristianas les costó mucho esfuerzo abrirse a predicar la Buena Nueva y acoger en su seno a las primeras comunidades cristianas.

Quizá para el mismo Jesús fue difícil conciliar la idea de un Dios misericordioso para con todos con los prejuicios hacia los extranjeros que había su alrededor. Por eso, al recorrer la región de Tiro y Sidón buscaba encontrar un signo de fe que le ayudara a discernir si también había sido enviado a las “ovejas descarriadas” que no eran parte del pueblo de Israel. Por eso el Espíritu lo empujó hacia las tierras de paganos, porque Dios no se arrepiente de su elección, como dice San Pablo en la segunda lectura (Romanos: 11, 13-15. 29-32), y quiere que los no judíos se sientan elegidos también en la persona de Jesús.

2. Atormentados por los demonios

Ya hemos dicho en otras ocasiones cómo muchas veces algunas enfermedades físicas o mentales eran confundidas en el pasado con posesiones demoníacas. Aquella mujer Cananea, que sabe que no tiene “derecho” a pedir un milagro a Dios por ser extranjera, tiene una hija “atormentada por un demonio”; su necesidad la lleva a vencer la barrera de la segregación racial, se acerca a Jesús consiente de que puede ser rechazada, e incluso vemos como en un primer momento es desatendida, Jesús sigue su camino como si las palabras de aquella mujer no le importaran.

Nos puede parecer escandalosa esa actitud de Jesús, ¿Cómo el profeta de la misericordia no siente compasión por el ruego de una madre? Puede ser que Jesús siguiera las costumbres de su pueblo y diera preferencia a “los hijos y no a los perritos”, o bien, quería cerciorarse de que la fe de aquella mujer fuera lo suficientemente fuerte para obrar el milagro.

Y aquí vemos que no solo la niña es atormentada por el demonio, sino también lo están su madre y Jesús, atormentados por los señalamientos, los prejuicios, la exclusión, el rechazo, las tradiciones, demonios aprendidos por una sociedad ajena a la forma de amar de Dios, pero también hay fe, hay voluntad de cambiar y exorcizar a esos demonios.

3. Exorcizar nuestros demonios.

Gracias a la cinematografía nos hemos acostumbrado a que un exorcismo es algo muy aparatoso y espectacular (levitaciones, lenguas extrañas, contorsiones, voces tenebrosas…), sin embargo, hoy el Evangelio nos enseña que es algo más sencillo. Aquella mujer extranjera postrada ante Jesús logra con su insistencia que cambie de opinión y obre un milagro, ambos exorcizan “demonios” que aquejan en sus vidas cotidianas: aquella mujer expulsa el demonio del temor y Jesús el demonio de la discriminación (recordemos que los judíos evitaban el contacto con paganos y extranjeros); y no, no fue necesario un ritual de extensas oraciones y mucha agua bendita, bastó con romper una dinámica, abrir los labios, los oídos y el corazón para acoger al que es diferente; al final el beneficio lo obtiene la pequeña hija, que, liberada de estos males, puede descansar tranquila en un mundo mejor que la acoge en el seno de una comunidad más fraterna: la Iglesia.

En nuestros tiempos vemos que muchos grupos sociales levantan su voz para hacerse escuchar, para exigir que se les dé un reconocimiento de su valor y dignidad, se hagan valer sus derechos y se les dé participación en la vida social. Otros más, viven en el silencio, ocultos en las periferias dónde nuestra fe falsa y nuestra falta de amor como personas y como comunidad las ha relegado, esperando un milagro que los saque de dicha situación y los lleve a la plenitud. Pero también en nuestra vida personal puede haber muchos aspectos de tu vida como lo espiritual, emocional, familiar, afectivo, psicológico, que se encuentran dañados, “endemoniados” por la pereza, el desinterés, la monotonía, la indiferencia, la indolencia, y que necesitan de un exorcismo que los ayude a liberarse.

El Papa Francisco, ha insistido en diversas ocasiones en la necesidad de salir de nuestras seguridades para entrar en el campo desconocido de la periferia, vencer el asco a todas aquellas situaciones que nos son extrañas y nos resultan “impuras” para sentir compasión y remediarlas. Basta salir de los esquemas cotidianos, aquellos que vienen envueltos de indiferencia para atrevernos a expulsar nuestros demonios con el poder de la fe que se manifiesta en la compasión.

¿Qué demonios es necesario que erradiques de tu vida? Ya ves que es sencillo, solo basta salir de los esquemas cotidianos.

4. La fe perseverante

El ejemplo de aquella mujer es admirable e imitable, pues frente a la negativa de Jesús no se da por vencida; no sabemos si Jesús fue su primer o último recurso, quizá había acudido antes con médicos, curanderos, sacerdotes, y estos no hubieran podido liberar a su hija; debió ser demasiado frustrante escuchar las palabras de Jesús y sentir una posibilidad cerrada, y, sin embargo, no se deja vencer, insiste una vez más con el ímpetu de la fe y del amor, sus palabras llenas de firmeza van acompañadas de la sinceridad de su acto de valentía, y obtiene como resultado el milagro esperado.

La fe requiere perseverancia, pues no nos garantiza que las cosas nos salgan a la primera, pues ante las contrariedades de la vida habrá que comenzar una vez más el camino. Quizá nuestros demonios no se expulsen a la primera, pero lo importante es no darse por vencido; muchas veces podremos intentar expulsar de nuestra vida el demonio del alcoholismo o el tabaquismo, y a la primera recaída pensamos que es imposible y nos damos por vencidos, entonces debemos ser perseverantes y con mucha fe decir como aquella mujer: «¡Señor, ayúdame!»; otras veces podremos exorcizar el demonio del orgullo e intentar acercarnos a esa persona con quien estamos distanciados para arreglar las cosas y no lo logramos o somos rechazados, y será necesario decir una vez más: «¡Señor, ayúdame!»; intentaremos una y otra vez erradicar de nuestra sociedad el demonio de la corrupción, la miseria, la violencia, ser ciudadanos, honestos, solidarios, empáticos y nos daremos que nuestro esfuerzo pareciera no ayudar a mejorar las cosas, y una vez más, perseverantes en la fe, será necesario exclamar: «¡Señor, ayúdame!».

Lo importante es no darse por vencido, hacer lo que sea posible y dejar lo imposible a Dios, que al final nos garantiza que por nuestra fe los demonios que nos aquejan se verán expulsados, y porque nos ama inmensamente, escucharemos su voz que nos dice: «¡(aquí va tu nombre), qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas!».

El resto de la reflexión depende de ti.


Bendecida semana.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.


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