«Bendito
sea Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de
nosotros.»
Antífona de Entrada.
Al
finalizar las fiestas pascuales y retomar el Tiempo Ordinario, la liturgia nos
invita a celebrar tres grandes solemnidades que remarcan el misterio del amor
de Dios manifestado en la Pascua: La Santísima Trinidad, El Cuerpo y la Sangre
de Cristo y el Sagrado Corazón de Jesús. La primera de ella toma lugar en este
domingo, las otras dos en las semanas posteriores. Cada uno tiene un matiz muy diverso,
pero con el mismo eje: Dios y su amor desbordante sobre nosotros.
Hablar,
pues, hoy del misterio de la Trinidad es una tarea que requiere de mucha
atención, pues es un misterio, y con ello debemos aceptar que para comprenderlo
no nos alcanza la sola razón, pues esta se ve limitada por la propia naturaleza
humana y no abarca algo que es inmenso; para comprender entonces dicho misterio
es necesario abrir el corazón, y dejarlo junto a la razón sondear dicho
misterio no para comprenderlo completamente sino para abrazarlo.
Quisiera retomar ahora una idea de la reflexión del domingo anterior. Dice San Agustín de Hipona en su tratado De Trinitate, que el misterio del Dios uno y trino se hace presente de una forma perfecta: el Padre que es el amante, es decir, quien ama sin medida a todos (Cfr. De Trinitate 6, 5, 7); el Hijo, que es el amado, aquel en quien el Padre se recrea y por quien ha llamado a la existencia todas las cosas; y el Espíritu Santo es el amor, es la fuerza que mantiene en la unidad a las tres divinas personas, es su actividad, pues no hacen si no amar y es la energía vital que los lleva a actuar. Nada hay en Dios que no sea amor, nada hay que no haga por amor, nada hay en Dios que no conduzca al amor.
Es por ello por lo que es necesario abrir el corazón, o si se prefiere para mayor concordancia el amor para comprender al que es todo amor. Dejemos, pues, que la Palabra de Dios nos ilumine sobre este misterio, el misterio del amor.
1. Un amor perpetuo
«Yo soy el Señor, el Señor Dios compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel» Éxodo 34, 8.
La primera lectura nos da cinco notas características de Dios, y todas ellas están en torno al amor. El relato del Éxodo es la historia de la intervención de Dios para rescatar a su pueblo de la opresión egipcia, hacer una alianza con él e introducirlo en la tierra prometida; toda esta intervención se ve enmarcada en una serie de prodigios maravillosos: las plagas, el mar abierto, la nube, la columna de fuego, etc. Sin embargo, al momento de presentarse Dios ante Moisés ninguna muestra de este poder importa, para Dios el motor que lo impulsa a actuar en favor de Israel es el amor. En definitiva, el Padre es el perfecto amante.
Estas notas características nos demuestran la forma en que Dios quiere
relacionarse con nosotros, con entrañas de misericordia. Y es que el Padre,
omnipresente, omnisciente, omnipotente, tiene una debilidad, una cosa que no
puede dejar de hacer y eso es amar. Y ama a cada creatura, a cada hijo de una
forma personal, pues conoce el nombre de cada uno, con su historia, con sus
caídas, sueños, dolores y aspiraciones, por eso su amor es compasivo; a cada
hijo lo ama de forma incondicional, pues más allá de lo que el hombre pueda
pecar Dios siempre estará abierto al perdón, por eso su amor es misericordioso;
a cada hijo lo ama con ternura como lo hace una madre, pues consuela, abraza,
acaricia, acoge, por eso su amor es compasivo; pero también a cada hijo lo ama
con amor de padre, fuerte, protector, correctivo cuando es necesario, por eso
su amor es paciente; y a cada hijo lo ama de forma eterna, su amor no cesará,
por eso busca siempre que sus hijos tengan vida eterna como su amor, por eso su
amor es fiel.
2. Un amor hecho gracia
«Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» Juan 3,16
Esta fuerza imperante del Padre es lo que lo ha motivado a actuar, de manera que la salvación abarcara a toda la existencia humana, en todo tiempo y en todo lugar. Por ello la encarnación del Hijo es el momento concreto de la manifestación del amor de Dios. Es la manifestación de un amor que toma la forma de gracia, porque no espera nada a cambio y, sin embargo, lo entrega todo, Jesús es gracia en la totalidad del amor.
Por ello el Hijo, toda la persona de Jesús de Nazaret, es la manifestación de lo que el amor de Dios es capaz, un abajamiento completo de la divinidad para experimentar la vivencia humana, tomarla y plenificarla elevándola a lo más alto de la gloria celeste. Cada palabra, cada gesto, cada expresión de la vida del Hijo es reflejo del amor de Dios, expresión de una existencia envuelta en una experiencia de quien se siente Hijo amado de Dios. El gran motor de la vida de Jesús siempre fue ese sentirse profundamente amado por Dios, de ahí brotó su apasionamiento por establecer el Reino del Padre y con ello hacer que cada ser humano se sintiera amado de su Padre. En definitiva, Jesús es el perfecto amado que se transforma en amante.
En la humanidad del Hijo, el Padre ha abrazado la humanidad de todos sus
hijos; en su amor al Hijo, el Padre nos ha amado a cada uno de nosotros; en el
amor que recibe de su Hijo, el Padre espera ser amado por sus hijos; y más aún,
en el amor del Hijo por los hijos, el Padre espera que estos puedan establecer
entre ellos un vínculo de amor que los lleve a sentirse amados y ser amantes.
3. Un amor de comunión
«Hermanos:
Estén alegres, trabajen por su perfección, anímense mutuamente, vivan en paz y
armonía. Y el Dios del amor y de la Paz estará con ustedes» 2 Corintios 13,11.
La
comunidad cristiana es reflejo de la comunidad trinitaria. Dios no es un ser
aislado, es un ser de comunidad, uno solo, pero en tres personas distintas
mantenidas en el amor. Ese amor es el Espíritu Santo, la única fuerza que puede
someter a Dios es la de su propio amor. Por ello, en definitiva, el espíritu
Santo es el amor.
Podríamos
pensar que la comunión puede reducirse a una simple permanencia, a la unidad de
pensamientos y voluntades, pero va más allá, la comunión es el compartir lo más
íntimo de la persona, aquello que se reserva al ámbito de lo privado y que solo
se revela cuando el amor empuja a ponerlo de manifiesto. Por ello la comunión
de la Trinidad es perfecta, pues nada hay en las tres divinas personas que
permanezca oculto, todo se manifiesta; y el mismo Dios nos ha querido hacer
partícipes de dicha comunión al revelarnos lo más profundo de su ser en Jesús,
y si alcanzamos dicha comunión es gracias al Espíritu que nos lleva a reconocer
a Dios y manifestarle, abrirle, lo más íntimo de nuestro corazón.
Pero
estamos llamados a vivir este misterio de comunión entre nosotros, miembros de
la familia de los hijos de Dios. Por ello Pablo exhortaba a la comunidad de
Corinto a vivir concordes, unidos por el corazón, en el amor, para experimentar
el misterio de la presencia del Dios Trinidad.
Y
aquí llegamos al culmen de nuestra reflexión: ¿Quieres comprender el misterio
de la Santísima Trinidad? Vive entonces el misterio de la comunidad, familia de
amor, pues fuera de ella no se puede comprender ni experimentar el amor de
Dios. Esta fiesta entonces tendría que ponernos a pensar en nuestras formas de
vida comunitaria que va más allá de las normas y de las formas externas y se
hunde en la profundidad de la comunión de corazones; en medio de una humanidad
tan dividida y polarizada, donde existen los buenos y los malos, los santos y
los pecadores, los progresistas y los tradicionalistas, los ricos y los pobres,
los liberales y conservadores, valdría la pena recordar que, sobre todo en el
seno de la comunidad cristiana, es indispensable mantener el vínculo de la
unidad, pues toda falta a ella es traición al amor inmenso de Dios.
El
resto de la reflexión depende de ti.
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