«Yo quiero misericordia y no sacrificios.» Mateo 9,13
Retomamos el curso del Tiempo Ordinario siguiendo el itinerario del ciclo A, marcado por la lectura del Evangelio
según san Mateo; por ello es necesario recordar que el evangelista redacta esta obra en la que pretende presentar
a Jesús como el auténtico Mesías esperado
por Israel, en quien se
cumplen las escrituras y que viene a ser el Emanuel «Dios con
nosotros»; de ahí que todo el texto este en constante
referencia al Antiguo testamento señalado como las acciones
de Jesús son el cumplimiento de este y como Dios se hace presente en la historia de forma sencilla
y cercana.
Al retomar
la lectura del Evangelio
según san Mateo, la liturgia de la Palabra nos invita a contemplar la fidelidad y la misericordia gratuitas de Dios, quien solo exige de sus hijos completa
confianza en ellas. Dejemos, pues, que la Palabra
de vida ilumine nuestra propia
historia, marcada por el pecado y la infidelidad, para que, animados
por el amor de Jesús, nos abandonemos confiados en
la
misericordia divina.
1. Entre fidelidad e infidelidad
«Porque yo quiero
amor y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos» Oseas 6,6.
La historia de Oseas, de la que está tomada la primera
lectura (Oseas 6, 3-6),
es
una historia marcada
por la infidelidad de su esposa, a quien a
pesar de rescatar de la prostitución, esta se entrega a otro hiriendo
así
el corazón amante del profeta.
Esta historia enmarca el contexto histórico de Israel en el que Oseas realiza su ministerio: las constantes luchas internas por hacerse del poder de la monarquía habían sumido al reino en la anarquía,
la violencia y la inseguridad, donde los más pobres eran los más afectados, mientras que algunos
buscaban establecer alianza con las grandes potencias extranjeras como Asiria o Egipto, entregándose así, prostituyéndose, a los extranjeros como lo hizo la esposa
de Oseas; por otro lado, dicha situación
social llevó a la degradación de la conciencia religiosa del pueblo, quienes desesperados buscaron refugio
en otros dioses poniendo
en ellos su confianza, prostituyéndose con ellos y abandonando a Dios, así como le aconteció al profeta con
su esposa.
La historia del profeta con su esposa y la de Dios con su pueblo se identifican, pues ambos han sufrido la infidelidad y la traición;
sin embargo, la respuesta de ambos no está en el abandono sino en la compasión, pues ante la infidelidad de la “amada”
ambos permanecen fieles, Oseas busca a su esposa y la lleva de nuevo a su hogar, y Dios anuncia
el perdón del pecado
de su pueblo.
Para Dios el gran pecado de la historia de Israel no es la idolatría ni la alianza con extranjeros, sino en la actitud que subyace en el fondo: la desconfianza, pues frente al aparente silencio y abandono de Dios se deposita la fe en personas o cosas que dan una cierta seguridad: el dinero, el placer, el poder, las diversiones, cosas pasajeras que al caducar sumen a la persona en un abandono que lo lleva a la desintegración de la propia vida.
Si Dios insiste
en la necesidad de la misericordia, como escuchamos en la primera lectura, es porque
solo regresando a Él y depositando completamente la confianza en su amor, es posible
la superación del pecado y la vuelta a la vida de la gracia a través del perdón.
Desafortunadamente, muchas veces pensamos que el perdón de Dios es muy costoso y solo se gana a base de largas penitencias y plegarias, de costosas
ofrendas y sacrificios, olvidando que es gracia, un don auténticamente desinteresado y gratuito
de Dios; el profeta
al rescatar a su esposa
no exige ninguna
retribución, simplemente busca recuperar
el amor de la esposa a base de ternura
y cariño, Dios por su parte no exige sacrificios para perdonar
a su pueblo, en cambio,
promete la superación de la traición
con un nuevo enamoramiento, como el novio enamora a la novia, aun cuando sepa que el corazón de su pueblo es voluble y su amor es muy débil y pasajero.
A la luz de esta breve reflexión
te invito a hacer una relectura
de este pasaje
de Oseas, y meditar
un poco en tu relación con Dios, viendo las veces que has traicionado
su amor, pero sobre todo contemplando como
te
ha tratado con mucha misericordia.
2. La confianza robustece el amor
«Abraham, esperando contra toda esperanza, creyó» Romanos 4,18
¿Es posible mantener la confianza
en Dios aun cuando todo parece estar perdido? San
Pablo responde afirmativamente en el fragmento de la carta a los Romanos
que escuchamos en la segunda lectura (Romanos 4,18-25).
Para ilustrarnos ocupa la experiencia de Abraham a quien Dios le había prometido una descendencia innumerable, sin embargo, al pasar
los
años la ancianidad le llegaba y la promesa
no se cumplía, pero a pesar de ello se mantuvo fiel confiando en la fidelidad y la veracidad
de Dios, y así por el nacimiento de Isaac llegó a ser padre de una muchedumbre.
Pablo además usa otro ejemplo,
el de Cristo Jesús;
para el cristiano la garantía de que la fidelidad
de Dios es inquebrantable está en la resurrección de su Hijo; Jesús pudo bien salvarse de la cruz, pero ello implicaba
desdecirse de su predicación, y más aún, implicaría abandonar el proyecto del Padre de mostrarnos su amor eterno y sin límites;
por ello Jesús abraza la cruz y nos muestra
que no importa cuanto se pueda sufrir,
siempre será mejor mantener
la
confianza en Dios que tiene la última palabra;
así, la resurrección
de Jesús es la acción que cumple la promesa
de Dios: quien permanece fiel a Él no quedará defraudado.
Por ello, frente a las desavenencias de la vida, del dolor, la enfermedad, la muerte, y de nuestros
propios pecados, debemos siempre confiar en que Dios, como dice el popular refrán,
sabe escribir derecho en renglones torcidos,
y que siempre tendrá para nosotros, porque nos ama, gestos de amor y misericordia, y es que sí, por difícil que parezca, es en medio de lo más oscuro y doloroso
de la vida donde la se prueba la fe y
donde se comprueba la grandeza
del divino amor.
Hagamos una nueva pausa, y pensemos ahora en todas aquellas
situaciones en las que Dios nos ha mostrado su fidelidad, quizá cumpliendo nuestras expectativas, pero también de las veces en
que
siendo contrario a nuestros propios planes nos ha llevado a crecer, a mejorar,
a la plenitud.
3. La confianza
que nace del perdón
«Yo no he venido
por los justos, sino por los pecadores» Mateo 9,13
Lo que hemos dicho hasta ahora nos ayudará
a comprender bien la perícopa
de Mateo que escuchamos el día de hoy
(Mateo 9,9-13).
Es un relato vocacional, nos narra como Mateo pasa de ser un recaudador de impuestos a discípulo
de Jesús. Habrá que entender
primero el contexto
de Mateo para comprender lo extraordinario de su llamada; hasta el momento el grupo de seguidores de Jesús se había compuesto por algunos pescadores de Galilea
(Pedro, Andrés, Santiago, Juan) y de algunos que se habían beneficiado de sus milagros o habían
encontrado consuelo en sus palabras,
todos ellos personas que en medio de las dificultades de la vida buscaban ser buenos y ganarse el sustento
de una manera sencilla y honrada
como era la pesca.
Los seguidores de Jesús seguramente conocían bien a Mateo, pues más de una vez habrían pasado frente
a su mesa de recaudador para pagar los impuestos, y ser víctimas,
como muchas veces pasaba, de la injusticia y el fraude de quienes se enriquecían a costa de la pobreza
de otros.
¿Alguna vez te has imaginado la reacción de los seguidores de Jesús cuando lo
vieron pasar junto a Mateo invitándolo a seguirlo?
Poco antes, en el sermón del monte, Jesús
había proclamado dichosos
a los pobres,
sencillos, sufrientes y perseguidos, invitándolos a perseverar en su lucha pacifica
y paciente frente a la injusticia y a sus provocadores ¿Qué tan coherente sería su discurso
si ahora invita a uno de esos probadores a la comunidad? Seguramente esto causó un escándalo
entre sus seguidores como entre
sus detractores, el mismo Mateo
nos cuenta las murmuraciones de los fariseos.
¡Qué difícil debió ser para Pedro, Andrés, Juan y Santiago sentarse a la mesa con Mateo! ¡Qué difícil comprender por qué debían sentirse pecadores ellos que se tendrían por mejores que Mateo! Pero más difícil aún debió ser para Mateo aguantar las críticas, los señalamientos, los reproches de quienes no comprendieron la acción de Jesús, y más aún, que difícil debió ser mantener la confianza en que la invitación a seguirlo era real y era posible.
La actitud de Mateo es ejemplar, pues no hay palabras de cuestionamiento o de rechazo a la invitación de Jesús, simplemente permanece en la mesa de los publicanos y pecadores, comiendo con Jesús que ha decidido compartir el pan con ellos. Mateo reconoce su condición, no la oculta ni rechaza, es un pecador, sabe que ha cambiado la justicia por unas monedas, que ha traicionado la ley de Dios y perdido la confianza de sus compatriotas al prostituirse aliándose al poder extranjero haciéndose recaudador de impuestos (recuerda la historia de Oseas); pero tampoco rechaza el amor misericordioso de Jesús que no lo ha señalado ni rechazado, que simplemente ha pasado y lo ha mirado con ternura invitándolo a seguirlo y que se ha abajado hasta su realidad, aun a riesgo de ser señalado, un gesto que lo anima a confiar en Él y abandonar sus falsas seguridades para esperar, aun cuando todo parece contrario, en quien viene por los que se reconocen pecadores.
Mateo no pregunta
que debe hacer para ganar el perdón, simplemente lo acepta como don gratuito, y no sella el momento con un sacrificio
ritual, sino que ofrenda una comida festiva para celebrar su amistad
con Jesús, y a ella invita a quienes como él, se sienten
necesitados de misericordia, quienes han visto
que su pecado no es ni la corrupción ni la prostitución sino la desconfianza y deciden renunciar
a su pecado confiando, a diferencia de los fariseos
que siguen seguros de que la salvación
les vendrá por cumplir los preceptos
tradicionales en los que han abandonado
su confianza por encima de Dios.
La confianza de Mateo abre el camino para que otros que como él se sienten pecadores, confíen en Jesús,
que viene a salvarlos
de forma gratuita;
la confianza de Mateo,
que provoca la sentencia
de Jesús de su prioridad por los pecadores y rechazados, provoca en los otros discípulos la necesidad de reconocerse y sentarse
a la mesa de los pecadores que se sienten amados y perdonados; la confianza
de Mateo contrasta con la actitud
escandalizada y cerrada de los fariseos.
Mateo, sin darse cuenta desde el primer momento con su ejemplo,
evangelizó a otros, incluso
a los mismos evangelizadores.
Para sintetizar la experiencia, Jesús recurre a la experiencia de Oseas, citando
el pasaje que leíamos en la primera lectura,
e invitando a sus detractores a analizarla para aprender
como su modo de actuar, está discorde
al deseo de Dios que se encarna en el modo de actuar de Jesús que es “Dios con nosotros”.
Concluyamos nuestra reflexión preguntándonos: ¿Qué actitud quieres asumir
frente a la misericordia de Dios? ¿Quieres confiar como Mateo y los demás pecadores y aceptar agradecido el perdón de Dios? ¿Será necesario
reconocer con humildad la necesidad del perdón al margen de la autopercepción de justicia?
¿Quieres vivir confiando en tus propios méritos para salvarte
aun cuando estos te alejen de
Dios?
El resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida semana.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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