III DOMINGO DE PASCUA
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Lucas 24,32
La liturgia de la Palabra de estos domingos pascuales se ha visto llena de contrastes entre la luz y las sombras: Jesús resucitado ilumina las diversas escenas ambientadas entre las sombras de la tristeza, desconfianza y miedo de los apóstoles. Esto es un eco de lo que debe ser nuestras sombras existenciales iluminadas por la luz del Señor resucitado. Entre estas luces y sombras sobresale una apremiante necesidad: anunciar la resurrección del Señor; sin embargo este anuncio se ve empañado por la fragilidad humana que se niega a dar el salto de la fe y ponerse en marcha.
Hoy, la Palabra de Dios nos saca del cenáculo para llevarnos al camino, sí, al camino que muchas veces recorrió Jesús anunciando el Reino de Dios. El camino es vivido en el itinerario de la experiencia pascual de dos discípulos, hoy nos ponemos junto a ellos para recorrer la ruta pascual, pasar de la sombra a la luz y encontrarnos así con el Señor resucitado.
La Eucaristía es el memorial del Señor muerto y resucitado, dejemos que este pasaje de Lucas sea una bella catequesis que nos permita reflexionar nuestra manera en la que vivimos este encuentro y la manera que fructifica en nuestro caminar cristiano.
1. Camino de tristeza
«Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo» Lucas 24, 15-16
La escena comienza con el retorno de dos discípulos a Emaús, un retorno doloroso, triste, desanimado, no hay alegría por volver a casa; aquellos hombres que se habían puesto en marcha tiempo atrás para seguir a Jesús regresan derrotados, sus esperanzas murieron con el “profeta poderoso” en la cruz, el fracaso del maestro pesa como fracaso sobre los discípulos.
Lucas nos ilumina con esta imagen sobre el caminar del discípulo, este nunca camina solo, siempre en compañía. El hecho de que uno de ellos se llame Cleofás y el otro permanezca en el anonimato es significativo, aquel discípulo puede ser cualquiera de nosotros, puede llevar tu nombre o mi nombre, su historia o mi historia, y sin embargo compartimos en común la fe en Jesucristo.
El camino se vuelve más difícil porque lejos de animarse mutuamente discuten los acontecimientos trágicos de los días previos, su mirada se fija en el final doloroso de Jesús y se olvidan de los acontecimientos, palabras, acciones que compartieron con Él durante su ministerio y les dieron luz y esperanza, y más aún, fueron el cimiento de su propio envío como mensajeros de la buena nueva.
El dolor los ciega, la tristeza es aquella escama que nubla sus ojos y les impide reconocer al extraño forastero que se les acerca y camina por el camino, y ante la pregunta sobre la causa de su discusión la respuesta se da desde su testimonio, platican de Jesús «un Profeta grande en obras y palabras», le hablan de sus sueños y esperanzas, de sus expectativas «Él sería el Mesías que liberaría a Israel», pero pronto la esperanza se apaga, «lo crucificaron» y no permiten que el alegre anuncio de su resurrección los ilumine «Algunas mujeres…dicen que está vivo… algunos fueron a ver… pero a él no lo vieron». La duda anida en su corazón y lejos de atreverse a tomar iniciativa de buscar respuestas, ver y tocar, experimentar la verdad por su propia cuenta, prefieren retirarse y dar el asunto por terminado, vuelven a Emaús. Junto a ellos está la oportunidad de anunciar la Buena Nueva, continuar con el legado de Jesús y seguir construyendo el Reino de Dios, pero su desanimo no les permite más que transmitir malas noticias y rumores, tristeza y dolor.
¿Cuántas veces nosotros hemos salido por el camino cargados de tristeza y desanimo? Si, cargados de frustración y enojo; aquellos discípulos pueden excusarse de no tener la certeza de la resurrección del Señor, solo han oído rumores, sin embargo tu yo tenemos la certeza de este hecho salvífico, hemos celebrado su triunfo, hemos compartido la mesa y la vida con el Señor resucitado, no tenemos excusa para que nuestro camino sea triste y sombrío; ¿Cuántas veces hemos caminado hacia nuestra parroquia con estos mismos sentimientos para participar de la Eucaristía? Solo para cumplir con el precepto, a la carrera o somnolientos porque se nos hizo tarde, enojados y preocupados por los problemas cotidianos, sin permitirnos reconocer que es Jesús quien nos invita y nos acompaña a avanzar a su encuentro; ¿Cuántas veces hemos encontrado por el camino a forasteros? Y no hemos sido capaces de transmitirles la Buena nueva, de invitarlos a participar de la Eucaristía, de llevarlos al encuentro del Señor resucitado, y solo nos hemos detenido a transmitir rumores, discutir malas noticias, quejarnos de la situación, política, social, económica; ¿Cuántas veces no hemos sido capaces de animarnos entre nosotros, miembros de la misma Iglesia y con ellos incapaces de reconocer a Jesús?
2. Camino de enseñanza
«¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras caminaba con nosotros por el camino y nos enseñaba las escrituras?» Lucas 24, 32
Frente a la desazón e incredulidad de los discípulos Jesús acude a la memoria. Les recuerda en primer lugar su ceguera y dureza de corazón, es un reproche muy atinado, les recuerda que mientras caminaron juntos en el ministerio lo vieron curar a muchos ciegos y convertir a muchos pecadores. La dureza y la ceguera de los discípulos tiene su raíz en el olvido, en dar como acontecimiento del pasado sus hechos, en dejar como ecos sus palabras y enseñanzas, por haber dejado que se muriera lo vivido y olvidarlo junto a Él en el sepulcro.
Lo mismo le había pasado a Israel, la historia sagrada llena de intervenciones gloriosas, poderosas y maravillosas de Dios se había convertido en meros hechos del pasado; la Palabra divina plasmada en las Escrituras habían dejado de ser fuente de consuelo y vida, camino para alcanzar la felicidad, y la habían vuelto un código de normas que debía cumplirse al pie de la letra para alcanzar el favor de Dios y evitar su castigo. Jesús a lo largo de su ministerio le recordó a Israel que el Dios de la vida que se les había revelado, que los había elegido y con quien habían hecho alianza no era un acontecimiento del pasado, sino que el Señor de la historia caminó, camina y seguiría caminando siempre con ellos.
Jesús quiere ayudar a estos dos discípulos a hacer memoria para que entiendan la resurrección, por ello acude a las escrituras y le muestra cómo es imposible que Dios se quedara callado ante la Pasión y muerte de su Hijo, pues en el pasado no se quedó callado frente a la esclavitud y el exilio de su pueblo, no los dejó perderse en su pecado y en su tristeza, siempre intervino a través de los profetas que anunciaron su presencia amorosa en medio de ellos. Les anuncia y les explica las escrituras para hacer arder su corazón, y recordarles que el poder de la resurrección se manifestará a través de ellos, llamados a anunciar la Buena nueva y construir el Reino, pero para ello es necesario vivir con el corazón y los oídos atentos a la Palabra.
Cada Eucaristía se repite este episodio del Evangelio, la Palabra nos es proclamada desde el ambón con toda su riqueza y después se nos explica, se nos actualiza para que podamos asimilarla y ponerla en práctica; Jesús mismo se nos hace presente y quiere hacer arder nuestro corazón, ¿Cuántas veces hemos hecho de la liturgia de la Palabra una parte más de la misa? ¿Cuántas veces nos distraemos y olvidamos escuchar con atención?¿Cuantas veces dejamos que sean otras pasiones (el futbol, las redes sociales, las ocupaciones cotidianas) las que enciendan nuestro corazón en vez de la Palabra?¿Cuantas veces nos volvemos insensatos y duros de corazón para no dejar que Jesús ilumine nuestro camino?
3. Camino compartido
«¡Quédate con nosotros porque atardece y el día acaba!» Lucas 24,39
En el corazón de los discípulos aun queda un eco, una braza de las enseñanzas de Jesús, aquel maestro de misericordia que muchas veces pidió a sus discípulos estar atentos a las necesidades de los hermanos, tratarlos con caridad, hacerles el bien como si a Él en persona se lo hicieran; es quizá esto lo que mueve a los discípulos a suplicar al forastero que acepte su hospedaje y sentarlo a la mesa como si de un invitado se tratase. Jesús enciende el corazón de los discípulos con la Palabra y lo mueve a la caridad.
Y una vez sentados a la mesa sucede el milagro, reconocen a Jesús cuando lo ven partir el pan, cuando comparten la comida de manera fraterna como lo hicieron en los días del ministerio. El resucitado se manifiesta con toda su transparencia en ese momento de fraternidad, donde no caben ni las dudas, ni los rumores, ni los miedos, ni las tristezas, donde solo cabe el amor de aquellos que tienen una relación muy estrecha, es ahí donde las escamas de los ojos se caen y el corazón arde con mayor intensidad.
La Eucaristía esta fundamentada en uno de los actos mas naturales del ser humano: la comida. Siempre la mesa será punto de reunión para cualquier grupo humano, donde no solo se comparten los alimentos físicos, sino la vida, las ideas, los sentimientos, una amena charla, un poco de nostalgia. Siempre la comida será lugar propicio para celebrar el don de compartir el espacio y el tiempo, por ello no es casualidad que Jesús dejara el memorial de su vida en un momento de comida, en una cena.
La Eucaristía tiene también su tinte social, nos invita a poner sobre el altar-mesa nuestros dones, compartidos con Dios, y compartidos en abundancia con los hermanos; comer todos del mismo pan implica estar atentos a los más necesitados y abrir el corazón y un poco los bolsillos para satisfacer sus carencias, ¡es ahí donde se manifiesta Jesús!, no solo en el pan consagro, presencia real y substancial del Señor resucitado. Comulgar ese pan nos compromete a hacer que el pan eucarístico llegue a todos los hijos, no podemos andar con el corazón y el estomago satisfechos sin preocuparnos por tantos otros vacíos, ese no es el Espíritu del resucitado.
¿Cuántas veces hacemos de la Eucaristía un espacio intimista?¿Cuantas veces nos esforzamos por comulgar aun cuando no vivimos en comunión con los hermanos?¿Cuantas veces vivimos con las manos y los ojos elevados al cielo pero incapaces de abajarse para mirar al hermano en desgracia?¿Cuantas veces hemos negado hospedaje y pan a Jesús en tantos hermanos nuestros? ¿Cuántas veces hemos hecho de la Eucaristía un espectáculo aburrido y sinsentido?
4. Camino de reencuentro
«Y levantándose en aquel momento, volvieron a Jerusalén» Lucas 24, 33
El resultado de la experiencia de encuentro es la vuelta a Jerusalén, sí, al reencuentro con la comunidad. El evangelista menciona que aquellos dos salieron inmediatamente, no esperaron al amanecer, emprendieron la marcha de once kilómetros aun cuando la noche ya estaba empezada: no importaron los peligros, ni el cansancio del camino andado, es mas grande la noticia que llevan, nadie les ha contado rumores ni incertidumbre, han visto con certeza al Señor y no pueden callarse, necesitan anunciarlo inmediatamente.
Aquel caminar pesado y desolado se transforma en paso ágil y ameno, como si los pies no pesaran, como si flotaran; y cuando regresan con la comunidad sus palabras se ven confirmadas con el testimonio de los demás, ya no hay dudas, solo seguridades.
Siempre que terminamos la Eucaristía somos enviados a llevar a los demás la Buena nueva: “Vayan a anunciar lo que aquí hemos celebrado”, es la invitación del ministro. Mensajeros de Buena nueva y no de desgracia, testigos del Señor resucitado, con el corazón encendido por la Palabra y llenos de la presencia Eucarística.
Y entonces volvemos a la cotidianeidad de nuestra vida, a nuestra ocupaciones y preocupaciones ¿Con que actitud volvemos? Tristemente muchas de las veces salimos así como entramos, y pasamos la vida como si no hubiéramos participado de ella; en un momento olvidamos lo que se nos dijo en las lecturas y en la homilía, no lo llevamos para confrontarlo con nuestra vida; salimos con el corazón vacío y hambriento, a llenarlo de otras “comidas” que no nutren ni satisfacen, al contrario solo enferman; nos encontramos a tantos forasteros necesitados de nosotros y deseosos de mostrarnos a Jesús pero los ignoramos, preferimos caminar con el corazón duro e insensato, lleno de dolor y amargura, llorando la muerte de nuestras esperanzas.
¿Cómo es tu testimonio cristiano? ¿Transmites y anuncias la Buena nueva o solo eres profeta de desgracias, de regaños, de amarguras? ¿Qué te hace falta para dejar que la Eucaristía transforme tu vida?
5. Camino que compromete
«Compórtense con santidad mientras dura su peregrinaje, pues ya saben que fueron liberados de su conducta inútil» 1 Pedro, 17
Hemos dejado que esta página del Evangelio confronte nuestra propia experiencia de discipulado, pero hace falta una última cosa: comprometernos.
El compromiso está en vivir nuestro discipulado con la actitud del camino de Emaús a Jerusalén, con la frescura y luminosidad del Señor resucitado, con el ardor de su Palabra en el corazón, y este a su vez como un sagrario que lo lleva a todos lados; necesitamos ser cristianos de camino que transmiten a otros el misterio del Señor muerto y resucitado, que abren a los más necesitados sus hogares y comparten su pan.
En la noche santa renovamos nuestro compromiso bautismal, hoy sería bueno renovar nuestro compromiso con la Eucaristía; dice aquel sabio dicho “somos lo que comemos”, y en cada misa nos alimentamos de la Palabra de Dios y del Cuerpo y sangre de Cristo, todo bajo la acción del Espíritu, por tanto nuestra existencia toda debería irradiar la presencia de Dios ¡Somos lo que comemos! Jesús nos invita a transformarnos nosotros en Eucaristía, sí, en pan que se parte y comparte con los demás, ¡Somos el Cuerpo de Cristo! Cuerpo que se entrega para la vida de todos; y cuando hagamos de nuestra vida Eucaristía, seguramente muchos reconocerán en ese gesto al Señor Resucitado que camina con ellos en medio de sus dolores y tristezas.
Finalmente, ser testigos del resucitado nos compromete a vivir de forma coherente con la alegría y esperanza de dicho encuentro.
El resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida Semana
Fraternalmente: Daniel C.P.
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