El momento culmen del Viernes Santo es la Crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo.
Este culmen es vivido desde la primera hora del viernes con el recorrido del Vía-crucis,
acompañado por el Sermón de las siete palabras, expresado litúrgicamente
en el Oficio de la pasión (acto más importante del Viernes santo), y
finalizado por el pésame a la Virgen María (en algunos lugares se acostumbra el
“Vía-matris” y/o la procesión del silencio).
Este día tenemos la oportunidad de
reflexionar lo que Jesús expresó en sus últimos instantes. Es interesante notar
que, durante todo su proceso, en el que fue juzgado y condenado, emergen de su
boca muy pocas palabras. De aquí que la meditación de las llamadas “Siete Palabras” tiene que dejar una huella
profunda en nosotros, pues, según el compendio de los evangelios son lo único que
nos queda de su desenlace de muerte en cruz. No se trata sólo de oír, sino de
escuchar atentamente las últimas enseñanzas de Cristo.
Mateo y Marcos mencionan sólo la 4ta;
Lucas, por su parte, habla de tres de ellas: 1ra, 2da y 4ta.
Por último, Juan da testimonio de las tres restantes: 3ra, 5ta
y 6ta. Estas siete palabras fueron recopiladas y analizadas por
primera vez por el monje cisterciense Arnaud de Bonneval (1167). Pero fue el
jesuita S. Roberto de Belarmino, en el s. XIV, quien impulsó su difusión y práctica
al escribir el tratado sobre las “Siete Palabras”.
Deben de ser valiosas para nosotros,
porque con ellas podemos hacer una síntesis de nuestra vida, y de cómo debemos
vivir esta vida. Por tanto podemos dividir las “Siete palabras” en tres grupos:
Las
tres primeras palabras son dedicadas
a nosotros los hombres: pide perdón para quienes lo crucifican, abre
las puertas de la salvación a uno de los crucificados, y nos entrega a su Madre
María como Madre Nuestra.
Las
siguientes dos palabras nos demuestran
la humanidad de Cristo al describirnos él mismo sus sufrimientos: la
“soledad” y la aflicción física.
Las
últimas dos palabras, dichas segundos antes de su muerte, dejan entrever la paz que experimenta al saber cumplida su
misión encomendada aquí en la tierra, y así poder regresar al Padre.
Interesante
es, por último, hacer notar que cuando Jesucristo dijo su última palabra, el
velo del Templo de Jerusalén se rasgó, según el testimonio del evangelista
Lucas (23,45). Ya no había que ir más a Jerusalén como único lugar
posible en el cual poder ofrecer sacrificios a Dios. Con esto, Lucas nos quiere
decir que Dios está en todos lados, porque el sacrificio perfecto ha sido
completado y todos tenemos acceso a la presencia de Dios por medio de
Cristo.
Si
alguno de nosotros todavía no ha valorado esta entrega total y sin reservas,
hoy Jesús nos extiende una invitación para que meditemos en ella y nos volvamos
hacia Dios: si oyeres hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón
(Hb 3, 15). Así que, hermanos y hermanas, no endurezcamos nuestro corazón, no
dejemos que este sacrificio sea en vano, hay que valorarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario