23 enero 2020

La virgen María y la vuelta a la tradición eclesial

Vaticannews

…en Ella (María), la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser. (SC 103)

En México la virgen María tiene un lugar especial en el corazón de los creyentes por el significado y valor que tiene la Virgen de Guadalupe. Sin embargo, no pocas veces el amor que se le profesa es ocasión de ciertas «desviaciones» doctrinales debido a que se le ponen en el centro de la fe y se desplaza a Jesús el Cristo, el culmen de la revelación.

Para evitar un «mal culto» a María, es necesario concebirla y situarla dentro de la fe; tarea que se puede hacer volviendo la mirada al Concilio Vaticano II y «redescubrir» las bases que se nos presentan para ello. En efecto, el Concilio Vaticano II reavivó la mejor tradición eclesial, presentando el carácter radicalmente cristológico y eclesial del misterio de María. De tal suerte que no puede haber María sin Cristo o María sin Iglesia; hay una estrecha relación entre estos tres, pero siempre teniendo en el centro a Jesús el Cristo.

Juan Pablo II afirmó que «sólo en el misterio de Cristo se aclara plenamente el misterio de María»[1], y en el Vaticano segundo se afirmó que es «una purísima imagen de lo que la Iglesia misma, toda entera, ansía y espera ser» (SC 103). De estas dos afirmaciones se deduce que a María hay que situarla dentro del misterio de Cristo y de la Iglesia, nunca como un tema aparte. En María, pues, «es donde se percibe en toda su extensión y profundidad el designio redentor que Dios tiene para la humanidad entera y para cada uno de los hombres». Desde María nosotros podemos descubrir el prototipo de «Iglesia redimida».

La vuelta a la tradición eclesial nos permite retomar los valores mas genuinos de María y ponerlos en práctica. Pienso aquí en la María del Magníficat, que después de haberse sentido inundada por la salvación que Cristo trae desde su encarnación y que la llena de Gracia, se atreve a ser valiente e iniciar su misión en actitud de servicio como colaboradora de esta redención, retomando, según el texto de Lucas, promesas hechas por Dios a su pueblo, tales como derribar a los potentados y exaltar a los humildes, colmar de bienes a los hambrientos, acoger desde la misericordia a todo Israel (cfr. Lc 1, 46-56).

La Iglesia necesita regresar a esa María valiente capaz de hacer posible las promesas de Dios, dejarse inundar realmente por él. Es necesaria una reflexión mariológica en la que no se «extraiga» a María del total de la revelación. Sólo así, me parece, se puede regresar a una mariología sana que parta de la tradición eclesial y que repercuta en toda ella. María es, como la afirma E. A. Johnson, una verdadera hermana nuestra[2], que debe ser situada dentro de toda la tradición eclesial.

¡Paz y Bien!
Iván Ruiz Armenta



[1] Juan Pablo II, «Redemptoris Mater», Roma 1987, n. 4.
[2] E. A. Johnson, Verdadera hermana nuestra. Teología de María en la comunión de los santos, Herder, Barcelona 2015.

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