…en Ella (María), la Iglesia admira y ensalza el fruto más
espléndido de la Redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen
de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser. (SC 103)
En México la virgen María tiene un
lugar especial en el corazón de los creyentes por el significado y valor que
tiene la Virgen de Guadalupe. Sin embargo, no pocas veces el amor que se le
profesa es ocasión de ciertas «desviaciones» doctrinales debido a que se le
ponen en el centro de la fe y se desplaza a Jesús el Cristo, el culmen de la
revelación.
Para evitar un «mal culto» a María, es
necesario concebirla y situarla dentro de la fe; tarea que se puede hacer volviendo la mirada al Concilio Vaticano II
y «redescubrir» las bases que se nos presentan para ello. En efecto, el
Concilio Vaticano II reavivó la mejor tradición eclesial, presentando el
carácter radicalmente cristológico y eclesial del misterio de María. De tal
suerte que no puede haber María sin Cristo o María sin Iglesia; hay una
estrecha relación entre estos tres, pero siempre teniendo en el centro a Jesús
el Cristo.
Juan Pablo II afirmó que «sólo en el
misterio de Cristo se aclara plenamente el misterio de María», y
en el Vaticano segundo se afirmó que es «una purísima imagen de lo que la
Iglesia misma, toda entera, ansía y espera ser» (SC 103). De estas dos
afirmaciones se deduce que a María hay que situarla dentro del misterio de
Cristo y de la Iglesia, nunca como un tema aparte. En María, pues, «es donde se
percibe en toda su extensión y profundidad el designio redentor que Dios tiene
para la humanidad entera y para cada uno de los hombres». Desde
María nosotros podemos descubrir el prototipo de «Iglesia redimida».
La vuelta a la tradición eclesial nos
permite retomar los valores mas genuinos de María y ponerlos en práctica.
Pienso aquí en la María del Magníficat, que después de haberse sentido
inundada por la salvación que Cristo trae desde su encarnación y que la llena
de Gracia, se atreve a ser valiente e iniciar su misión en actitud de servicio
como colaboradora de esta redención, retomando, según el texto de Lucas,
promesas hechas por Dios a su pueblo, tales como derribar a los potentados y
exaltar a los humildes, colmar de bienes a los hambrientos, acoger desde la
misericordia a todo Israel (cfr. Lc 1, 46-56).
La Iglesia necesita regresar a esa María valiente capaz de hacer posible las
promesas de Dios, dejarse inundar realmente por él. Es necesaria una reflexión
mariológica en la que no se «extraiga» a María del total de la revelación. Sólo
así, me parece, se puede regresar a una mariología sana que parta de la
tradición eclesial y que repercuta en toda ella. María es, como la afirma E. A.
Johnson, una verdadera hermana nuestra, que debe ser
situada dentro de toda la tradición eclesial.
¡Paz y Bien!
Iván Ruiz Armenta
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