La Virgen María es amada por toda la
Iglesia bajo un gran número de advocaciones. Pero el día primero de enero es
celebrada como la Theotokos,
la Madre de Dios. Esta solemnidad no es nada reciente, pues se remonta al concilio de Éfeso (431), y se debió no a un título
mariológico aislado, sino a una verdad de fe cristológica central: en Jesús, el
hijo de María, están unidas la naturaleza humana y la naturaleza divina, es
decir, que es verdadero Dios y verdadero hombre.
Entendidas así las cosas, si
Jesús es verdadero Dios, es posible afirmar que María es madre de Dios. Quizá
habría que precisar más en las reflexiones en torno a esta solemnidad, y en
estas lineas, que es madre de Dios Hijo, y no Madre de Dios Padre o de Dios
Espíritu Santo. Sabiendo distinguir esto, la reflexión puede ser más
fructífera, pues evitamos "idealizar" a María y verla como «tipo
de la Iglesia» -como enseña en Concilio Vaticano II en su Constitución Lumen
Gentium 63-. En efecto, María, la Theotokos, es el
modelo de Iglesia por las actitudes que en ella se advierten. Aquí sólo quiero
retomar tres.
La primera actitud que la Iglesia puede
tomar de María para hacerla su modelo es la de la «confianza plena en
Dios»: María da como respuesta al anuncio del ángel Gabriel un generoso «sí» para
llevar a buen cumplimiento la voluntad de Dios, que no fue otra sino manifestar
su total cercanía con el género humano enviando a su Unigénito. Similar
confianza hacia Dios es la que se nos pide como hombres de fe. Ponerlo todo en
manos de Dios, sin por ello dejarlo literalmente a "la buena de
Dios". Cuando aprendamos a confiarnos plenamente en Dios y no en el
dinero, la fama o el poder, aprenderemos a ser verdaderos hijos en el Hijo y,
así, poder llamar también nosotros sin empacho a la Theotokos madre
de la Iglesia y madre nuestra.
La segunda actitud a tomar de la Theotokos es
aquella que nos transmitió el tercer evangelista, a saber, que «María
guardaba todas estas cosas y las meditaba en su interior» (Lc 2,19).
María fue, junto con José, la primera en contemplar la gran promesa cumplida que Dios había hecho a su pueblo desde el inicio: enviarles al Salvador (cfr.
Gn 3,15). La virgen no echaba en saco roto todos los misterios divinos de los
que era participe, sino que los guardaba en su corazón para meditarlos.
Semejante actitud de recogimiento y contemplación de las obras de Dios en
nuestra vida es la que deberíamos tener los cristianos. Dedicar un momento de
nuestro día para descubrir en dónde estuvo (está) la presencia de Dios
actuante. María es, pues, modelo de contemplación.
La última actitud es la del «seguimiento
de Jesús»: la Theotokos fue
participe de toda la vida de su hijo Jesús, desde la encarnación (Lc 1,26-38)
hasta su muerte en la cruz (Jn 19,25-27). María jamás abandonó a su hijo, siempre
estuvo a su lado, tanto en los momentos de mayor gozo como en los momentos de
mayor desesperación y sufrimiento, no sólo vividos por Jesús, sino vividos por
María como la Madre de aquel que sufría. Nuestro seguimiento de Jesús debe ser
como el de la Theotokos:
total, sin reservas, sin dudas. Un seguimiento que tenga por objetivo continuar
con la misión del mismo Hijo de Dios: hacer posible el reino de Dios.
Mientras más tomemos estas tres actitudes
de María como comunidad de fe, «la Iglesia será cada vez más
contemplativa en la praxis del seguimiento de Jesús depositando la confianza
plena en Dios a la hora de anunciar y hacer vida su reino». Esto es
a lo que nos invita la solemnidad de la Theotokos.
Paz y Bien.
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
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