10 septiembre 2023

«Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado» Mateo 18,15-20 | XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO | Por: Daniel de la Divina Misericordia C.P.

 


XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


«Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado»
Mateo 18,15-20


La Iglesia es una realidad divina, pues su ser y quehacer está ligada a Dios que se nos ha revelado en Jesucristo; pero también es humana, pues está ordenada a ser el medio por el cual todos los hombres lleguen al conocimiento de la Buena Nueva y con ello a la salvación en Jesucristo.


Al ser una realidad humana, podemos considerarla como un grupo humano, muy especial por su motivación de congregación, pero profundamente humana; es por ello que los errores se hacen presentes y con ello los errores y las discusiones que llevan tantas veces a la fractura de la unidad.


En los domingos precedentes hemos meditado sobre como el encuentro con el otro nos lleva al reconocimiento de nuestra propia realidad, que muchas veces nos desagrada y rechazamos, pero que asumida con amor, como una cruz, nos lleva a encontrar la plenitud en el amor de Dios.


Si asumir nuestros defectos y cargarlos con amor es difícil, se vuelve aún más complicado cuando se trata de asumir los defectos del otro con amor y buscar, no tanto cambiarlo, sino acompañarlo en su proceso de crecimiento, de santificación. Ante los defectos y las caídas de nuestros hermanos hay una doble posibilidad de respuesta: o bien pasamos de largo junto al hermano caído, con indiferencia y le dejamos caído y continuamos solos nuestro camino, o bien nos detenemos, le ayudamos a levantarse, con todo el esfuerzo que ello implica y caminamos juntos.


La liturgia de la Palabra quiere hablarnos de esto, dejémonos, pues, iluminar con las enseñanzas de la Palabra de vida.


1. «Yo te pediré a ti cuentas de su vida.» Ezequiel: 33, 7-9


La primera lectura, tomada del libro de Ezequiel, nos pone en contexto: tenemos responsabilidad para con el otro, su bienestar es nuestro bienestar, pero de igual manera, su perdición es nuestra perdición.


Recordemos que Israel antes de ser una era una familia, la de los hijos de Jacob, por ello Dios había insistido a lo largo de su historia en la necesidad de reconocer al otro como un hermano y no solo como un vecino o conciudadano; toda la ley insiste en tomar responsabilidad del hermano, cuidarlo, acompañarlo, amarlo, sea de la misma raza o extranjero, pues para Dios todos los hombres son sus hijos; sin embargo, con el paso del tiempo esto se fue perdiendo, se crearon grupos sociales que separaban a unos a otros, grupos polarizantes que señalaban a unos como pobres y a otros como ricos, a unos santos y a otros pecadores, a unos miembros del pueblo santo y a otros paganos. Con ello surgió el asco para con aquellos que la clasificación social, política o religiosa señalaba como distintos a la propia, también las normas de pureza y la separación se hizo más grande.


El profeta, que habla en nombre de Dios, denuncia esta acción perversa del corazón humano: no puedes ser rico tú solo, para ser auténticamente rico, debes enriquecer a tu hermano, no basta con que seas del pueblo elegido, debes hacer que tu hermano conozca a tu Dios, no basta con que tú seas santo, debes hacer santo a tu hermano.


Así, el profeta no denuncia primero el pecado de los que son públicamente pecadores, sino el pecado de aquellos que, escudados en su santidad, dejan perderse a los demás, e invita a qué antes de la denuncia venga la exhortación, la búsqueda de que el pecador recapacite y se convierta.


Y aquí podríamos preguntarnos, ¿Por qué debiéramos actuar de dicha manera? Y la respuesta es fácil, porque alguna vez nosotros vivimos en nuestro pecado y hubo alguien que antes de condenarnos nos exhortó a cambiar: Cristo el Señor.


2. «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos.» Mateo 18,20


La definición clásica de pecado nos dice que es toda acción que atenta contra Dios, y que, por tanto, nos aleja de Él, nos hace perder su gracia y nos da la posibilidad de condenación, en pocas palabras, toda acción que nos aleja de Dios de forma temporal o permanente. Pero no olvidemos que nuestra relación con Dios no es exclusiva, antes bien es incluyente, lo seguimos no solos sino en compañía de una comunidad a la que llamamos Iglesia, por tanto, el pecado nos aleja de Dios y de la comunidad, ya sea porque al alejarnos de Dios nos alejamos de los demás, o porque al querernos alejar de la comunidad terminamos alejándonos de Dios.


Por ello es que Jesús recalca la presencia de la comunidad ante el pecado, el error y la caída del hermano, pues si hay una ruptura es necesario hacer presente la comunidad con mayor intensidad; si el hermano falla, lo primero es confrontarlo cara a cara, esperando que recapacite, pues dos son una comunidad en sí; si eso no es suficiente, habrá la necesidad de recurrir a una tercera persona, pues tres son comunidad; pero si esto no resultara efecto será necesario hacer presente a la comunidad completa con toda su fuerza.


Para Jesús el pecado no se soluciona con aislamiento y exclusión, el pecado se soluciona reintegrando al pecador a la comunidad, haciéndolo sentir querido y acogido, para desde esos presupuestos hacerle ver su error y ayudarlo a enmendarse. No sé trata, pues, de un acto jurídico o judicial, en de que la comunidad haga leña del árbol caído, se trata de hacer presente el amor común de Dios, la fraternidad , el Reino que irrumpe en la historia humana y personal, no como una institución que juzga y condena, sino que acoge con misericordia, porque hace presente al Señor de la vida ahí donde dos o tres se reúnen en su nombre.


3. «El cumplimiento pleno de la ley consiste en amar» Romanos: 13, 8-10


Hace algunos meses una persona me contaba algunos problemas con un hermano que formaba parte de los líderes de su comunidad, sobre todo de algunas actitudes que a su parecer no eran adecuadas a labor que desempeñaba; el problema era tal que esta persona pretendía interponer una queja con una estancia mayor, de manera que pudieran removerlo del servicio que prestaba.


Lo anterior viene a colación porque muchas de las veces respondemos así frente a los conflictos, preferimos juzgar y condenar en primera instancia, olvidando todo el proceso que Jesús nos ha propuesto hoy. Y esto no es una novedad, pues ya el profeta nos mostró como en el Antiguo Testamento ya se te nota dicha actitud, que se vivió con mayor intensidad durante la vida de Jesús y que en el inicio de las comunidades cristianas, gracias al testimonio de Pablo, la problemática era frecuente.


El mismo apóstol nos da un consejo para superar la situación: amar sin límites al hermano y con mayor intensidad al pecador, pues el amor es el cumplimiento perfecto de la ley, quien permanece en el amor, permanece en la comunión con Dios y con sus hermanos, y siendo así el pecado no lo afecta, y así vive en la plenitud de quien ha salvado a su hermano y con él se ha salvado a su mismo.


¿Qué barreras habrás de vencer para ayudar a levantarse a tus hermanos?


El resto de la reflexión depende de ti.


Bendecida semana.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.

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