XVI DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
«El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena
semilla en su campo» Mateo 13,25.
El domingo pasado
reflexionamos desde la parábola del sembrador cómo Dios tiene un proyecto para
nuestro mundo, hacer de él un espacio donde Reine Él, en una dinámica de amor y
armonía entre las creaturas y el creador. Este Reino de Dios fue querido desde un
principio, fue el plan original del Padre, dónde el ser humano tendría la
responsabilidad de ser el custodio y hacer por su esfuerzo que la creación llegara
a su plenitud. Sin embargo, por su fragilidad, el ser humano frustró el proyecto
al pecar, pues se asumió como dueño y señor en lugar de custodio, usurpado el
lugar de Dios, creyéndose el centro de la vida.
Ante esta realidad se abre
la cuestión del origen del mal en el mundo; buscando encontrar una explicación
ante la maldad y sus consecuencias podemos creer que es una entidad que actúa
independiente o bien es consecuencia de una deficiencia del origen de las
cosas, concretamente un fallo de Dios, sin embargo, Jesús por medio de las
parábolas que escuchamos hoy, nos va explicando la postura de Dios, de sus
hijos y de su Reino frente a esta realidad.
1. Dios no quiere el mal
«El Reino de los cielos se
parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo» así comienza la primer
parábola, para declarar que Dios, que aquí se compara con el sembrador, solo
sabe sembrar cosas buenas para hacer florecer la vida en el mundo, por ello no
es el origen ni quiere el mal en el mundo; si hay cizaña o semilla mala en el
campo es porque alguien más la ha sembrado, aquí se le asigna el nombre de
enemigo a quien siembra cosas malas para corromper la obra de Dios; fácilmente
podríamos decir que dicho enemigo puede ser una entidad metafísica como el
diablo, y sin embargo hemos de reconocer que somos nosotros y solo nosotros
quienes sembrando nuestras “pequeñas obras malas”, “mentiras piadosas”, “chismecitos”,
“mordidas”, vamos ahogando la buena semilla de Dios.
Por ello no vale
escudarnos en algo para evadir nuestra realidad, para explicar el origen del
mal debemos asumir que somos nosotros quienes lo elaboramos en la cotidianidad
de nuestra vida, de otra forma solo estaremos equivocados.
2. Dios siempre está abierto a la conversión
Si Dios no es el origen
del mal, entonces ¿Por qué lo permite y no lo elimina? Escuchamos en la
parábola que aquel hombre responde a sus servidores «Dejen que crezcan juntos
hasta el tiempo de la cosecha», pues quiere evitar que el mal sembrado entre el
bien provoque que el fruto bueno se pierda. En realidad, Dios quiere dar oportunidad
a la cizaña para transformarse en buena semilla, si, para quien cree en Dios
todo es posible, y el bien que tiene más potencia que el mal siempre tendrá la
posibilidad de transformar el mal en oportunidad de hacer el bien, pues Dios
espera que nuestros “chismecitos” se conviertan en buenos consejos, nuestras
“mentiras piadosas” en verdades valientes, y nuestras “mordidas” en actos de
honestidad y transparencia.
Dios tiene confianza en el
potencial de la buena semilla, y espera que a pesar de la presencia del mal
está se fortalezca y fructifique en abundancia.
El libro de la Sabiduría,
del que está tomada la primera lectura, insiste en este gesto de Dios como
esperanza para su pueblo, la oportunidad de que el malo se arrepienta y haga el
bien, pues Dios juzga con misericordia y espera la salvación de todos. De ahí
que cada día es para nosotros una oportunidad de conversión para experimentar
el amor misericordioso de Dios.
Depende completamente de
nosotros y de nuestra actitud de conversión, de reconocer que tenemos la
capacidad de hacer el mal y por tanto que podamos cambiar de actitud y
comencemos a hacer el bien.
3. Dios quiere expandir su Reino
Las siguientes parábolas
dejan de lado el tema del mal para centrarse en el Reino y sus valores. Al equipararlos
con la semilla de mostaza y la levadura vuelve a insistir en el potencial del
bien, pues podemos notar que ambos ejemplos refieren a sustancias muy pequeñas,
que al ponerse a trabajar se transforman en abundancia (el árbol frondoso y la
masa levada) que en su generosidad se transforman en sustento de vida, sea por
que se transforman en hogar (las ramas donde anidan los pájaros) sea porque alimentan
(como el pan hecho con la masa fermentada).
Por ello nuestra atención
no debiera centrarse en el mal, sino en hacer el bien, porque es la única
manera de combatir, vencer y erradicar el mal, pues la mentira se acabará
cuando digamos la verdad, la corrupción cuando actuemos con honestidad y la
pobreza e injusticia cuando nos comprometamos a compartir lo que tenemos y
somos con los demás.
4. La buena semilla somos todos nosotros
Con esto concluye el
Evangelio, recordando que cada bautizado es hijo de Dios a imagen de Jesús, el
Hijo de Dios. Jesús también tuvo que asimilar que como buena semilla vivía en
un mundo plagado de cizaña, y fue víctima inocente de un mal estructurado que
quiso callar su mensaje de amor; Jesús como semilla de mostaza hizo florecer,
con la fidelidad de su vida, el árbol de la Iglesia en la que todos nosotros habitamos;
Jesús como grano de levadura hizo fermentar la masa de la comunidad cristiana
para alimentar de valores positivos una humanidad hambrienta de Dios.
La buena semilla son los
ciudadanos del Reino, nosotros somos llamados a ser esa semilla; y es que esto
no se da por hecho solo al ser cristianos, sino en la medida en qué seamos
fieles al ejemplo de Jesús, pues en cualquier momento podremos dejar de ser
buena semilla y convertirnos en cizaña, en enemigos de Dios y de su Reino.
Pero nada de eso sería
posible sin la asistencia del Espíritu que nos acompaña, que intercede por
nosotros y nos ayuda a descubrir la voluntad de Dios como nos dice San Pablo en
la segunda lectura y nos ayuda a actuar de forma coherente con nuestra fe.
Meditemos pues en todas
las oportunidades en las que podemos vencer el mal a fuerza de bien en nuestra
vida cotidiana, y comprometamos a transformar el campo del mundo en el campo
del Reino de Dios.
El resto de la reflexión
depende de ti.
Bendecida semana.
Daniel de la Divina Misericordia C.P.
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