«El justo brillará como una luz en las tinieblas» Salmo 111,4
Un elemento fundamental en la liturgia
es la luz. Vemos que la disposición de los espacios litúrgicos están profusamente
iluminados, sea con luz natural (como no pensar en los hermosos vitrales), sea
por luz artificial tanto en las lámparas como en las velas que adorna el altar.
En diversas celebraciones litúrgicas vemos la luz como un elemento fundamental:
el tiempo pascual se inaugura con el solemne rito de la bendición del fuego nuevo
y el encendido del cirio pascual que arderá por espacio de cincuenta días,
signo de Cristo luz del mundo; hace pocos días celebramos la fiesta de la
presentación del Señor, cuya liturgia comienza con la bendición, encendido y
procesión de las velas, recordándonos que la luz del Señor ilumina nuestras
vidas; al inicio de la vida cristiana, durante el bautismo, se le entrega al
creyente una vela, signo de su fe en Cristo, que debe mantener encendida
siempre; y al final de su paso por esta tierra, se enciende junto a su cuerpo
el cirio pascual, signo de esperanza en la resurrección del Señor. La liturgia
como maestra nos enseña a través de estos signos.
En domingos pasados meditábamos en la
importancia de nuestros ojos, pero que son obsoletos si no tienen luz, pues
nuestros ojos requieren la luz para poder ver, pues si vivimos en las tinieblas
nos exponemos a muchos peligros; la luz que ilumina nuestra vida como
cristianos es la Palabra de Dios que es « luz en mi camino y lampara para mis
pasos» (Salmo 119,105) (Cfr. Reflexión
del III Domingo del Tiempo ordinario).
Hoy, la invitación de Jesús es a convertirnos en luz del mundo, en luz
para los demás, en luz que hace brillar la santidad y la justicia en medio de
la existencia humana; esta petición no surge de un imperativo autoritario o
absurdo, es una exigencia natural: así como las velas se encienden del cirio
pascual para iluminar la noche santa de la vigilia pascual, la vida de los
creyentes iluminada por la Palabra de Dios esta llamada a iluminar el mundo en
tinieblas. Haciendo uso de la imagen de la luz que nos presenta el día de hoy
la liturgia de la Palabra meditemos en lo que nos pide Cristo.
1. 1.Nuestra fe
apoyada en la sabiduría de la Cruz.
«Mi predicación no fue hecha con
persuasiva sabiduría humana» 1 Corintios
2,4
Nuestra fe en Dios se sustenta en su
Palabra, la cual nos llega en lenguaje humano. Pensar que la Sagrada Escritura con
sus miles de años de existencia sigue teniendo resonancia en nuestras vidas, es
recordar que Dios quiso revelarse a los hombres en lenguaje humano, sencillo y
cercano, con las palabras mas familiares que encontró, para que su mensaje
quedara plasmado hondamente en el corazón de su hijos, pues de nada hubiese
servido que se expresara en lenguaje de dioses o ángeles, porque es
incomprensible al entendimiento humano.
El mismo Jesús, durante su predicación
en la tierra, se valió de imágenes cotidianas de la vida ordinaria de los
hombres para enseñarnos lo que es el Reino de su Padre, con un lenguaje cotidiano
y sencillo; pero además su mensaje era persuasivo porque siempre fue acompañado
de las obras, nada predicó que él mismo no hubiese puesto en práctica antes, de
ahí que su modo de predicar fuese tan novedoso y sus oyentes se admiraban
porque «les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas y
fariseos» (Mateo 7,29).
Los apóstoles aprendieron bien el método
de Jesús, y supieron predicar a Cristo por las palabras y por las obras,
poniendo de manifiesto que la Palabra de Dios no es un discurso teórico, sino
un imperativo práctico, no es palabra muerta sino Palabra viva. Pablo, que se considera
apóstol, sabe bien de la importancia del método de Jesús, de ahí que escriba a
la comunidad cristiana de Corinto,
inmersa en el mundo de la filosofía griega, una carta advirtiéndoles del peligro que
representa transformar la Palabra de Dios en un discurso hermoso por su
elocuencia, pero vacío de praxis. El mensaje cristiano no es un discurso
persuasivo, es un mensaje atrayente, convence no por palabrerías sino atrae por
la hermosura de su vivencia, ahí radica el poder de Dios del que habla Pablo, en la sabiduría de Dios que se manifestó como locura
humana en el máximo acto de congruencia de Jesús al morir en la Cruz. Si Dios
nos ha manifestado su amor lo ha hecho por medio del lenguaje humano de las
palabras y las obras, llevadas hasta el extremo, hasta la loca sabiduría de la
Cruz.
2. 2.Nuestra fe
se traduce en obras de justicia
«Entonces surgirá tu luz como la
aurora» Isaías 58,10
¿A que obras se refiere Pablo cuando
habla del poder de Dios? Algunos pensarán que milagros como curaciones o
transformaciones, manipulación de la naturaleza o voces celestiales, sin
embargo, eso sería reducir a Dios a un simple mago que busca impresionar a través
de espectaculares actos de magia, y a sus seguidores a fanáticos que viven de
esperar morbosamente espectáculos que los hagan sentir que tienen un Dios
poderoso. Ese no es el Dios de Jesús, no es el Dios de los cristianos.
Isaías nos ayuda a descubrir las obras
que Dios realiza y que espera sus hijos practiquemos también. Al profeta le ha
tocado vivir una época bastante difícil, entre las amenazas de una inminente invasión
de las potencias extranjeras con sus hostiles tropas, pero también de una
descomposición social del pueblo de Israel que había hecho más grande la brecha
social entre los poderosos y los humildes, los ricos y los pobres, con una insensibilidad
que haría pensar que aquel pueblo había olvidado que era una familia, hijos de
un mismo padre, hermanos entre todos. Aquel pueblo espera la salvación de Dios,
espera que los libre de los peligros de
la opresión extranjera, espera no ser presa de las amenazas, de la opresión, de
las calumnias de sus vecinos, espera no ser victima de la pobreza, la desnudez
y el hambre provocadas por una guerra, espera que Dios actúe con mano poderosa
para salvarlos de ello.
Dios quieres obrar ciertamente, pero
espera que la salvación germine desde el interior de su pueblo, esta vez no
habrá relámpagos, mares abierto o plagas devastadoras para liberarlos de sus
enemigos como en el tiempo del éxodo, esta vez su poder se manifestará en las
obras de los israelitas: si quieren ser librados de las amenazas deberán
desterrar de entre ellos el gesto amenazador, si quieren no ser victimas de la
opresión deberán de dejar de esclavizarse entre hermanos, si quieren escapar de
las calumnias de sus vecinos será necesario dejar de juzgar y condenar inocentes,
si no quieren pasar por el hambre deberán aprender a compartir entre ellos el
pan, el vestido, el techo.
Si Israel quiere justicia y salvación deberá
primero hacer brillar en su interior la bondad de sus actos, como la aurora que
disipa las tinieblas de la noche ellos estaban llamados a ser el pueblo que al
cambiar su modo de actuar comenzará a transformar el mundo en un lugar mas
humano, pero desgraciadamente no fue así. ¿Si Dios exigió a Israel un cambio de
comportamiento porque no habría de hacerlo con nosotros, su pueblo y sus hijos?
3. 3.Nuestra fe
brilla como luz en las tinieblas
«Ustedes son la luz del mundo» Mateo
5,14
Las palabras de Isaías fueron retomadas
por Jesús, pero ante la incapacidad de un pueblo por comprender que aquello
pudiera ser puesto en práctica él mismo les mostró que era posible. La grandeza
del mensaje cristiano está puesto en que es la luz que debe eliminar las
tinieblas de la injusticia y la opresión para transformarlas en la luz
brillante que haga resplandecer la justicia.
Cada cristiano está llamado a ser una
lampara que alumbre una parte del mundo, un hogar, una oficina, una escuela;
desafortunadamente a veces escondemos la lampara debajo de la cama o la mesa,
por muy absurdo que esto parezca, por temor a que su luz deslumbre a los demás,
sin embargo, las tinieblas nunca deben asustarnos, ellas son simplemente la
ausencia de la luz, no tienen poder alguno.
Las grandes problemáticas sociales que
tanto nos aquejan no se resolverán en un acto de poder mágico, es necesario resolverlas
nosotros mismos con arduo trabajo, ¿acaso el campesino solo levanta los brazos al
cielo para pedir abundantes cosechas? No, con la fe puesta en Dios toma el
arado y abre surcos para depositar la semilla, remueve y abona la tierra y
permite que Dios haga el resto.
Jesús nos invita a evangelizar, no con
palabras elocuentes sino con obras de Justicia; nuestras obras deben
encaminarse para establecer el Reino del Padre, por ello sería absurdo pensar
en conquistar corazones para Dios por medio de la amenaza o el temor porque su
Reino no es de coronas de oro ni espadas afiladas, sino de corazones sanados y
banquetes festivos; los cristianos están llamados a obrar el bien para que los
no creyentes «viendo sus obras buenas crean y den gloria al Padre» (Mateo 5,16).
Es buen momento para reavivar la
lampara de nuestra fe con la Palabra de Dios, tiempo de dejar de formar altavoces
con nuestras manos para gritar discursos elocuentes y comenzar a construir con
ellas un mundo más justo donde no haya tinieblas y la luz de la fe brille como
en medio día. Consideremos que si esto no ha sucedido es porque quizá en el
fondo nos hemos acostumbrado a vivir en las tinieblas. Recuerda solamente que somos
«hijos de la luz y del día, no de la noche o las tinieblas»(1 Tesalonicense
5,5) y que si te animas a ser justo, clemente y compasivo “brillaras como una
luz en las tinieblas” (cfr. Salmo 111,4).
El resto de la reflexión depende de
ti.
Bendecida semana
Daniel C.P.
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