«No he venido a abolir la ley y los profetas sino a darles plenitud» Mateo 5,17
A lo largo de este año litúrgico nos estará acompañando en el ciclo dominical el evangelista Mateo. Una de las principales características de este evangelio es presentar a Jesús como un nuevo Moisés, con las dos características primordiales de este personaje de la historia de Israel: ser el libertador y el legislador. Jesús nos libera de las nuevas esclavitudes, de los nuevos Egiptos y Faraones y a la vez nos da una nueva ley, todo para cumplir con las promesas hechas a los antepasados y para constituir un nuevo pueblo: la Iglesia.
La tradición judía adjudicaba a Moisés la autoría de los primeros cinco libros de la Biblia, la Torhá o lo que nosotros llamamos pentateuco; en estos libros está consignada la base social y legal de los que es el pueblo, normas de convivencia y de culto, todo con la finalidad de ordenar la vida del hombre para consigo, para con los demás y para con Dios.
Jesús no nos dejó nada por escrito, todo lo que sabemos de él es por lo que nos ha sido transmitido por los apóstoles y evangelistas; Mateo para proponernos a Jesús como un nuevo Moisés no nos lo presenta escribiendo un nuevo pentateuco, pero si nos narra cinco largos discursos en los cuales Jesús establece el orden, la forma de vida de la comunidad cristiana. El texto que escuchamos el día de hoy en la liturgia de la Palabra forma parte del primer gran discurso al que llamamos sermón de la montaña; así como Moisés subió al monte Sinaí para recibir la ley de Dios (los diez mandamientos) así Jesús sube ahora al monte para entregar al nuevo pueblo la ley del Reino; si Moisés regresó del monte con la ley grabada en tablas de piedra, Jesús la graba en los corazones de sus seguidores.
Ahora bien, el que Jesús nos da una ley nueva nos hace pensar que de facto la ley de Moisés queda cesada, pero el maestro es claro: no ha venido a superarla, pero si llevarla a su plenitud, pero ¿Qué implica esto? La respuesta es fácil, Jesús quiere mostrarnos que la ley es vigente porque tiene actualidad, es buena en si misma, lo incorrecto es la forma en la que la hemos asumido al pasar de los tiempos.
1. Una forma errada de asumir la ley
Para explicarnos esto Jesús recurre a dos modelos de asumir la ley, el de los escribas y el de los fariseos. Los primeros conocían expertamente las leyes, y vigilaban que su cumplimiento se llevará a cabo como decimos coloquialmente a “rajatabla”, los segundos asumían los preceptos viéndolos desde la hipocresía, para aparentar, y con ello sentirse más santos, puros y dignos que los demás. Ambos modelos al correr de los años fue sepultando el corazón de la ley ( los diez mandamientos) en un cumulo de normas y preceptos difíciles de vivir, muchos de ellos elaborados a conveniencia (cómo el del certificado de divorcio) de algunos pequeños grupos. Jesús nos advierte del peligro de seguir estos modelos, de no vivir con una justicia (forma de vivir) mejor que la de ellos.
Por ello Jesús va repasando los mandamientos: primero cita directamente la ley diciendo “ han oído que se dijo…” para recalcar lo fundamental de esta; después hace un comentario a la forma de vivir negativamente el mandamiento “pero yo les digo que quien …” ayudándonos a comprender dónde está el error; finalmente Jesús rescata el espíritu de la ley apelando al amor con el que debemos de vivir.
2. Una ley para darnos libertad
Dios al instaurar su ley tenía la intención de ayudar en la maduración de la conciencia moral de su pueblo, y no el sometimiento de este como muchas veces se argumenta. Un niño pequeño necesita de normas y reglas básicas que le vayan ayudando a desarrollar su conciencia y libertad para vivir con responsabilidad, los primeros años de su vida vivirá sujeto a sus padres y a las normas que estos le dicen, dicha normativa irá creando hábitos que le ayuden a construir su propio código de actuación: tender la cama, dormir a tiempo, cumplir con los deberes escolares, asearse, etc.; es cierto que dicha conducta, por la misma madurez conductual de niño estará sujeta a un sistema de premios y castigos, buscando aquello que le asegura bienestar. Cuando la persona alcanza la madurez suficiente entonces deja de lado la sujeción a los padres y comenzara a vivir de forma autónoma, respetando las normas y actuando ya no por conveniencia (premio) o castigo (temor) sino de acuerdo a su propio código de principios y valores (convicción) haciendo uso pleno de su libertad y conciencias con responsabilidad.
El problema de Israel fue que se quedó en la primera etapa, asumiendo la ley de Dios en base al sistema de premios y castigos, haciendo así de Dios un juez implacable atento a la norma, un verdugo pronto al castigo, o un señor dispensador de favores para quienes eran dignos de ellos, y el Padre amoroso que busca el crecimiento de sus hijos quedó en el olvido.
Hagamos un alto aquí y preguntémonos: ¿Cómo asumo la vivencia de la ley de Dios y de las leyes civiles en mi vida?
3. Una nueva forma de vivir la ley
En la sociedad vemos con tristeza que hay quienes viven sujetos al temor: respeto las leyes de tránsito por temor a una multa y no tanto por no perjudicar a otros; llego a tiempo a la escuela por temor a las inasistencias y no por aprovechar la oportunidad de estudiar; etc. Otros viven sujetos al premio: llego a tiempo a mi trabajo para ganar el premio de puntualidad y no por cumplir con mis responsabilidades; pago a tiempo los impuestos para obtener un descuento en ellos y no por contribuir al sostenimiento de las obras públicas; etc. En la Iglesia no es muy distinto: voy a misa por qué sino Dios me castiga; me confieso porque no vaya a morir en pecado y me iré al infierno; comparto un poco de mis bienes para que me vaya bien en mis negocios; ayudo a las obras parroquiales para tener “palanca” con el Sacerdote, etc… ¿Esto es una forma madura de asumir la ley?
Jesús nos invita a considerar nuestra postura ante la ley para vivirla en autentica responsabilidad y libertad, cómo un instrumento de maduración de nuestra vida y de nuestro entorno. Ningún mandamiento menoscabar tu dignidad humana, al contrario la resguarda y la plenifica. Tu puedes decidir con libertad cómo quieres asumirla, ella te llevará a la vida. Para lograr esto es necesario rescatar el corazón mismo de los mandamientos: el amor de un Padre que quiere que sus hijos lleguemos a la plenitud.
El resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida semana.
Daniel C.P.
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