«Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo» Salmo 50
La liturgia de la Palabra de este domingo hace un bello juego de contraposición entre dos actitudes frente a la libertad asumida con fe y con amor.
En la primera lectura se nos presenta la derrota del ser humano ante la tentación. (Génesis:2, 7-9; 3, 1-7), mientras que el Evangelio nos hace contemplar el triunfo de Jesús sobre la misma (Mateo 4, 1-11) la primer humanidad (Adán y Eva) sucumbe ante la desconfianza rechazando las recomendaciones divinas, Jesús persevera en su propósito fiado en Dios; el primer hombre se deja arrastrar por el miedo y se hunde en una cadena de acusaciones: «la mujer que tú me diste me dio a comer del fruto… la serpiente me engañó y comí », mientras Jesús asiendo por una escalera de triunfos afianzado en la Palabra de Dios: «No solo de pan vive el hombre...No tentarás al Señor tu Dios…Solo al Señor tu Dios adorarás»; la desobediencia de un solo hombre nos trajo la perdición, el amor confiado de otro nos trajo la salvación (Romanos 5, 12-19); el primer Adán se entregó a la soberbia de pretender que por medio de la desobediencia podría alcanzar el objetivo errado de ser Dios, mientras que el nuevo Adán despojándose de su divinidad se hizo obediente entregándose a la humildad para llegar a ser el ser humano perfectamente libre y feliz.
El Evangelio de hoy pareciera una catequesis sobre la cuaresma: los 40 días de oración y ayuno, la resistencia en los propósitos frente a las tentaciones, etc. Pero su sentido es más profundo, nos invita a replantearnos nuestra respuesta frente al don de la libertad que Dios nos da.
Junto a los dones hermosos de la vida y su amor incondicional, Dios nos da el regalo de la libertad, don dado solo a la humanidad con el objeto de que esta en cada ser humano responda a su amor amándolo de forma sincera, sin coacción alguna; si, la libertad nos da la opción de amar o rechazar a Dios, esto nos crea un problema, pues dicha decisión nos puede conducir a la vida, plenitud y felicidad, o bien, a la perdición, la infelicidad y la muerte. ¿No hubiera sido más fácil para Dios dotarnos de una capacidad que nos obligara a amarlo? Quizá si, pero nuestro amor no sería puro y sincero, seríamos como autómatas que responden a lo que ya se encuentra programado en su interior. Si Dios pone el árbol del conocimiento del bien y el mal al alcance de la mano de Adán y Eva no es con la finalidad de ponerlos a prueba y hacerlos caer, es para ayudarlos a madurar sus decisiones, a usar con responsabilidad el don de la libertad.
Todos los hombres sabemos lo problemático que es tomar decisiones, toda la vida está llena de estos momentos que en más de una ocasión nos ponen en jaque, pues podemos pasar de la ventura a la desgracia en un instante, es algo normal, natural, parte de la vida y no podemos librarnos de ello. La diferencia es el cómo tomamos nuestras decisiones.
Jesús como todo hombre experimento la dificultad de la toma de decisiones. La experiencia en el Jordán (su bautismo en manos de Juan y la toma de conciencia de su filiación divina) lo pone ante la disyuntiva de decidir que hacer, cómo asumir y vivir la misión que Dios le confiaba. Lejos de acudir a los sabio de Israel, a los rabinos, a los “coach” espirituales, Jesús se abandona en las manos de Dios, por ello el Espíritu lo conduce al desierto (lugar teológico de purificación) para entrar en una experiencia profunda de discernimiento, purificando sus intenciones para ir armando un proyecto de acorde a los planes de Dios; ¿Qué hacer?¿Dónde ir? ¿Cómo actuar?, Pronto aparecen las tentaciones, las opciones de querer construir el reino de Dios a través de los deseos egoístas del hombre, ¿Quizá la opción sea aprovecharme de la filiación divina para saciar mis necesidades? «si en verdad eres Hijo de Dios transforma estas piedras en panes»; ¿Quizá para que los demás me crean debo hacer señales ostentosas de poder, milagros aparatosos que impresiones a la gente? «si en verdad eres Hijo de Dios arrójate hacia abajo…»; o quizá ¿Para que mi misión tenga éxito debo aliarme con los poderes del mal que usan la fuerza, la violencia y la opresión? «todo será tuyo si te postras y me adoras».
Sin embargo Jesús no sucumbe, elabora un proyecto para anunciar el Reino al margen de toda pretensión de reconocimiento, de avaricia, o de dominación, y hace una opción fundamental: el Reino de Dios se anunciará en medio de los pobres, con obras y palabras no de poder sino de misericordia, con la autodonacion de si mismo y de todos aquellos que decidan seguirle; y Jesús sabe que esto tendrá reacciones negativas en los sectores que han sucumbido ante estás tentaciones, y sin embargo, asume de forma responsable las consecuencias de sus actos (a diferencia de Adán que culpa a Eva para salvarse), aún cuando esto implique el odio, el rechazo y la persecución que culminará en la Cruz, porque sabe que su salvación está en Dios.
Aquí cabe hacer una pausa en nuestra reflexión y preguntarnos ¿Cómo Iglesia y como cristianos de que lado nos hemos posicionado? ¿Del lado de los que sucumbieron a la tentación o del lado de Cristo que la resistió? ¿Hemos actuado como Adán y Eva o como Cristo?
Cada uno de nosotros ha tenido como Jesús la experiencia de la filiación divina, y haciendo uso de la libertad hemos construido un proyecto personal de vida cristiana que quizá ha tenido mucho, poco o ningún éxito. La raíz de nuestro avance está fijado en la forma en la que hemos tomado nuestras decisiones, los frutos de nuestra vida cristiana son el reflejo del que tanto hemos purificado nuestras intenciones al momento de tomar nuestras decisiones: ¿Qué tan acertado fue rechazar aquel curso de formación que te pudo dar herramientas que para ser mejor cristiano?¿Ha funcionado haberte integrado a aquel grupo parroquial de “elite” que vive encerrado en sus reuniones semanales en la Parroquia sin salir a las periferias?¿Que fruto ha tenido asumir que la vida cristiana es un cumulo de prácticas piadosas que no tocan la realidad? ¿Fue correcto asumir que la Iglesia debe estar encerrada en su esfera para no sufrir ningún accidente aunque con esto no cumpla su misión? ¿De que ha servido una Iglesia que sacia sus necesidades económicas sin atender a los más pobres? ¿Es la Iglesia de Cristo la de aquellos que solo piensan en milagros, señales, profecías, una Iglesia con superponerse?¿Es la Iglesia aquella organización que se alía con los poderes del maligno para obtener beneficios en su afán de construir su reino y no el Reino de Dios? ¿Ha Sido buena decisión trabajar por hacer de la Iglesia y de los cristianos una “entidad divina” (cómo pretendieron Adán y Eva) y no una realidad humana que humaniza (como lo asumió Jesús)?
La cuaresma es pues este desierto tan privilegiado dónde el Espíritu quiere conducirnos para purificar nuestras decisiones, para revisar la forma en la que estamos viviendo nuestra libertad, para ayunar de tantas cosas superfluas que nos impiden ver nuestra opción fundamental: amar a Dios de forma libre y sincera. la cuaresma es pasar nuestra vida por el cernidor de la Palabra de Dios para dejar pasar lo que en realidad es bueno para retener lo que no sirve y desecharlo.
El camino Cuaresmal comienza de esta manera, para preparar una fiesta pascual que sea punto de arranque de una vida cristiana más pura y libre.
¿Te animas a vivir está experiencia de liberación?
El resto de la reflexión depende de ti.
¡Bendecido camino Cuaresmal!
Daniel C.P.
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