El Bautismo del Señor
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.»
Mt 17, 5
De las
Disertaciones de san Gregorio de Nacianzo, obispo
(Disertación 39. En las santas
Luminarias, 14-16, 20: PG 36, 350-351 354 358-359)
EL BAUTISMO DE
CRISTO
Cristo es hoy
iluminado, dejemos que esta luz divina nos penetre también a nosotros; Cristo
es bautizado, bajemos con él al agua, para luego subir también con él.
Juan está bautizando, y Jesús acude a él; posiblemente para santificar al
mismo que lo bautiza; con toda seguridad para sepultar en el a todo el viejo
Adán; antes de nosotros y por nosotros, el que era espíritu y carne santifica
el Jordán, para así iniciarnos por el Espíritu y el agua en los sagrados
misterios.
El Bautista se resiste, Jesús insiste. Soy yo quien debo ser bautizado
por ti, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo,
el más grande entre los nacidos de al Primogénito de toda creatura, el que
había saltado de gozo ya en el seno materno al que había sido adorado también
en el seno de su madre, el que lo había precedido y lo precederá al que se
había manifestado y se manifestará. Soy yo quien debo ser bautizado por ti;
podía haber añadido: «Y por causa de ti.» Él, en efecto, sabía con certeza que
recibiría más tarde el bautismo del martirio y que, como a Pedro, le serían
lava- dos no sólo los pies, sino todo su cuerpo.
Pero, además, Jesús sube del agua; lo cual nos recuerda que hizo subir al
mundo con él hacia lo alto, porque en aquel momento ve también cómo el cielo se
rasga y se abre, aquel cielo que Adán había cerrado para sí y para su
posteridad, como había hecho que se le cerrase la entrada al paraíso con una
espada de fuego.
El Espíritu atestigua la divinidad de Cristo, acudiendo a él como a su
igual; y una voz bajó del cielo, ya que del cielo procedía aquel de quien
testificaba esta voz; y el Espíritu se apareció en forma corporal de una paloma,
para honrar así el cuerpo de Cristo, que es también divino por su excepcional
unión con Dios. Muchos siglos atrás fue asimismo una paloma la que anunció el
fin del diluvio. Honremos hoy, pues, el bautismo de Cristo y celebremos como es
debido esta festividad.
Procurad una limpieza de espíritu siempre en aumento. Nada agrada tanto a
Dios como la conversión y salvación del hombre, ya que para él tienen lugar
todas estas palabras y misterios; sed como lumbreras en medio del mundo, como
una fuerza vital para los demás hombres; si así lo hacéis, llegaréis a ser
luces perfectas en la presencia de aquella gran luz, impregnados de sus resplandores
celestiales, iluminados de un modo más claro y puro por la Trinidad, de la cual
habéis recibido ahora, con menos plenitud, un único rayo proveniente de la
única Divinidad, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea la gloria y el
poder por los siglos de los siglos Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario