15 enero 2023

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO 15 de enero de 2015 | Daniel Ávila C. P.



«He ahí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» Juan 1,29-34


Hace años estuvo en México una banda muy conocida de rock, la cual significaba muy importante para mis amigos y para mí. Decidimos pues ahorrar lo suficiente para estar en uno de los pocos conciertos que ofrecieron en la ciudad, compramos los boletos y llegado el día nos dispusimos a participar. Esperamos impacientes, y cuando las luces del escenario comenzaron a encenderse y se escucharon las notas de la primera canción, la euforia se hizo presente en aquel lugar; no sé si fue el contagio de la emoción de la gente o bien, mi propia alegría, pero comencé a gritar y cantar como nunca en mi vida, descuidado de mi apariencia y sin tener en cuenta la vergüenza. 


Y es que es un sentimiento generalizado que cuando sentimos amor o admiración por una persona los límites se desbordan, y no nos medimos en nuestras muestras externas que pongan de manifiesto lo que acontece en nuestro interior. 


Eso mismo es lo que le ocurre a Juan el Bautista ante la vista de Jesús que lo hace exclamar lleno de emoción «Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo». De ahí que el testimonio de Juan, la emoción de su voz contagiara a los que lo escucharon, que sin dudar un instante dejaron a Juan y siguieron a Jesús. 


El testimonio de Juan es vital, y nace del reconocimiento de su lugar en la historia de la salvación. Juan es el último de los profetas de Israel, el que mereció la dicha de presentar al Mesías tan esperado por el pueblo, pero él a su vez es heredero de una rica tradición religiosa de su raza; seguramente Juan, cómo cualquier judío recibió educación en la fe por medio de las enseñanzas de los rabinos en la sinagoga y de su padre en el hogar. 


Juan seguramente escuchó las historias asombrosas de los prodigios de Yahvé para liberar a su pueblo; las relaciones de cercanía y de amistad con Abraham, Moisés o Josué; las palabras de amenaza y de consuelo de Isaías o Jeremías; las duras pruebas y luchas Elías, Daniel o Job. Esta rica tradición hizo que Juan se hiciera una imagen de Dios, pero ¿Qué tipo de imagen? La de un Dios que detesta el pecado y que no dudará en castigarlo con todo rigor, y que a su tiempo enviaría a su gran profeta a purificar el mundo con el fuego. Juan sabe que él no es ese profeta pues él solo bautiza con agua, él solo tiene la misión de hablarles a otros del día de la ira de Yahvé, él también necesita ser purificado. 


Sin embargo, frente al encuentro con la persona de Jesús su perspectiva cambia, aquel carpintero de Galilea con su porte humilde y sencillo le transforma la vida ¿Puede ser este el profeta que traiga la purificación al mundo? Si, y la certeza de que es de este modo, radica en qué Jesús y Juan se han visto envueltos en la experiencia del Espíritu Santo. Jesús es aquel sobre quien Juan ha visto posarse el Espíritu en la forma de una mansa paloma. Juan entendió bien el mensaje: Dios purificará el mundo con el fuego de su Espíritu, un fuego abrazador que transforma, no destruye, Dios aniquilará el pecado por medio de su “Cordero” no al pecador. Y ese es el mensaje que Juan transmite a sus oyentes. 


¿Qué imagen tienes de Dios? Seguramente la que has recibido de tu familia y comunidad ¿Está imagen es acordé al mensaje de Cristo, a la revelación del Espíritu? Sería conveniente revisarla, pues esa es la imagen que vas transmitiendo a los demás, y de no ser el Dios de Jesús que es Misericordia entonces estarás conduciendo a otros a un ídolo que solo los lleva a la perdición. 


Vemos en la actualidad a Miles de hermanos que se dicen cristianos, católicos o de otras denominaciones, predicar al Dios justiciero y vengador, predicar un inminente castigo, predicar miles de normas morales que lejos de conducir al Señor de la vida sumergen a sus hermanos en la culpa compulsiva, en el temor aplastante, en el juicio inmisericorde para sí y para los demás. Y por difícil que parezca, su mensaje atrae a otros porque lo predican con tal fervor y entusiasmo como si de un grupo de jóvenes que está frente a su banda de rock favorita se tratase. Si nosotros no predicamos a Dios con tal entusiasmo es sin duda porque vivimos bajo un Dios que nos parece monótono, aburrido y sinsentido, y ese es el principio de nuestras Iglesias semivacías, de nuestras pastorales arruntinadas, de nuestra fe opacada.


Es urgente para cada uno de nosotros replantearnos nuestra imagen de Dios y buscar sanarla hasta llegar al Dios auténtico predicado por Jesús, quizá sea ese el principio de una auténtica transformación de nuestra forma de transmitir con alegría y entusiasmo al Señor de la vida, de nosotros depende la imagen que las próximas generaciones tendrán y la continuidad de una Iglesia que es fermento de Justicia y libertad para el mundo entero.


Isaías y Pablo (1.ª y 2.ª lectura) son testimonio de que se puede transformar la imagen que se tiene de Dios, el primero abrió sus horizontes y pasó de predicar a un solo pueblo para predicar a todas las naciones, el segundo pasó de perseguidor a discípulo de Cristo y de ahí a Apóstol de las naciones. 


Pidamos al Señor renueve constantemente en nosotros la presencia de su Espíritu para que transformados seamos auténticos discípulos y misioneros del «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo».


Que tengas una bendecida semana. 


Fraternalmente
Daniel C.P.


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