30 agosto 2021

Esperanza cristiana a pesar de toda desesperanza humana (Rm 4,18) | Iván Ruiz Armenta

El día 30 de agosto se ha reservado como el día internacional de las Víctimas de desapariciones forzadas. Ello nos invita a pensar desde nuestra fe la realidad que muchos de los nuestros viven.  Se trata de reflexionar desde la esperanza cristiana que espera a pesar de toda desesperanza humana. Todos las culturas y religiones del mundo viven de alguna manera la esperanza humana. Según nuestra fe, «lo propio e irreductible de la esperanza cristiana es un tú: Jesucristo. Él es la razón y contenido a la vez de nuestra espera y nuestra esperanza».[1] De san Pablo podríamos agregar dos características: primero, que se trata de una esperanza que «espera contra toda esperanza» (Rm 4,18), y, segundo, que nuestra salvación está relacionada precisamente con la esperanza (cf. Rm 8, 24-25).


La apertura a la trascendencia a la que invita la esperanza cristiana sólo puede ser aquella que invita a asistir a la trasmutación de las realidades terrestres por obra de la instauración del Reino. Esta transformación de la realidad a causa de este reino es, no hay que olvidarlo, don y tarea.


Cierto es que la realidad mexicana en no pocas ocasiones nos lleva a ver más de cerca la desesperanza y la no salvación de la humanidad. Sin embargo, concentrarnos sólo en ellos es cegarnos al amor de Dios. Con esto no quiero minimizar el sufrimiento de todas las personas que, en carne propia o en la vida de un familiar, han sido objeto de injusticias, opresiones y hasta desapariciones forzadas culminadas en la muerte.

Es la esperanza cristiana la que nos invita a descubrir los signos anticipadores que ya están en el presente del «último» por venir, que en sí mismo está escondido. Se trata, pues, de descubrir los principales signos del reino de Dios en el hombre mismo, destinatario de la gracia absoluta de la salvación venidera.[2]


El lenguaje de la esperanza cristiana es un lenguaje «de la fe que espera y de la esperanza que cree, y, en último término, del amor que cree y espera».[3] Por eso, el lenguaje que expresa e interconecta salvación y esperanza ha de ser traducido en una relación interpersonal doble: «yo-tú» y «yo-Tú». Aunque son dos relaciones, están interconectadas, pues una puede llevar a la otra, y juntas adelantarnos, en las limitantes de nuestro mundo humano, el conocimiento, la experiencia y el sabor de la salvación en la esperanza a la que Dios, por mediación de Jesús, el Cristo, nos llama.

Si no nos experimentamos los seres humanos como hermanos (relación «yo-tú») no podemos experimentarnos como hijos de nuestro Abbá (relación «yo-Tú»). Sin esta doble relación, la persona humana está expuesta al hundimiento en la nada; con esta doble relación, el cristiano está invitado desde ya, en su propio mundo histórico, a experimentar una vida nueva.


Estas palabras tampoco pretenden hacer sanar como por arte de magia todo el sufrimiento de las personas que están viviendo la desesperación y desesperanza que significa tener un familiar desaparecido. Pero si pretenden ser palabras de aliento y ánimo, para hacerles saber que no están solas, que si bien no podemos curar ese dolor que ahora mismo sienten, si podemos acompañarlas en todo lo humanamente posible sostenidos del Dios de Jesús y su reino. Pues, al final de cuentas, lo propio de la esperanza cristiana es la confianza que espera a pesar de todo, pues está fundada en Jesús el Cristo y su anunció del reino de Dios. Y si Dios resucito a Jesús de la muerte injusta que sufrió, ha de hacer lo mismo con los cristos del siglo XXI.


Tener esperanza, cómo Jesús lo hizo, a pesar de toda desesperanza, eso es lo propio de la fe cristiana.


Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
¡Paz y Bien!


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[1] Juan Luis Ruiz De La Peña, «Lo propio e irrenunciable de la esperanza cristiana», en Sal Terrae 75 (1987) 793.

[2][2] Cf. J. Alfaro, «Escatología, hermenéutica y lenguaje», en Salmaticensis 27 (1980), 235.

[3] Ibid., 234.

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