A modo de introducción
Mucho se
nos ha hablado ya de cambio de época, de cambio de paradigma y hasta de redimensionamiento
provincial. Tal ha sido la insistencia en estos conceptos que han pasado a
formar parte de nuestro lenguaje cotidiano. Empero, se quedó atrás lo que
querían significar dichos conceptos ya que o no los entendimos o nos resistimos
a ellos. Ya hemos “domesticado” la idea de que debemos hacernos conscientes de
que estamos viviendo un cambio de época que nos obliga a proyectar un nuevo
paradigma de vida y fe expresado en un redimensionamiento.
Este
deber de repensarnos no ha de significar de inmediato dejar casas a falta de
personal, sino resituar nuestra vida personal, resituar nuestra vida
fraterna y resituar nuestra vida provincial, a fin de hacer cada día un
mejor discernimiento vocacional, una más compacta fraternidad y una más sólida
Provincia.
Al
olvidarnos de nuestra obligación de una constante resituación de nuestra
vida hemos echado en saco roto una de las máximas evangélicas: «a vino nuevo,
odres nuevos». Y al hacer esto, hemos dejado de lado la llamada que Jesús nos
hace a la constante conversión que significa la venida del reino de Dios: «El
tiempo se ha cumplido y el reino de dios ha llegado: conviértanse y crean en la
Buena Nueva» (Mt 1, 15). Con ello, Jesús no hace otra cosa sino recordarnos lo
que tantas veces dijeron los profetas.
El mismo
Jesús fue descubriendo su misión en un proceso de conversión a lo largo de un camino
histórico realmente sorprenderte. Él vivió tres grandes etapas que culminaron
en tres “grandes fracasos”: la muerte de su maestro el Bautista, el rechazo por
parte de los suyos en Galilea y su muerte en cruz en Jerusalén. Cada una de
estas etapas significó un escenario y unas mediaciones distintas. A propósito
de esto:
«La imagen que
ha ido surgiendo es la de un auténtico proceso histórico cargado de dinamismo,
y todo él inmerso en los avatares de la quebrada situación religiosa, social y
política de la Palestina del siglo primero. Detrás se perfilaba la dramática
evolución que sufrió la misión de Jesús. Pero precisamente ahí se ha ido
descubriendo también un espléndido camino de esperanza, de una esperanza contra
toda esperanza. Porque todas las etapas del camino se vieron truncadas
violentamente, pero en cada nueva etapa, paradójicamente, la esperanza se hacía
más densa. Eso sí, siempre permanecía como lo que realmente era: esperanza pura
y dura. Porque se veía cómo la ansiada transformación definitiva, que en cada
una de las etapas parecía estar ahí, ya al alcance, se distanciaba de nuevo,
para seguir señalando la dirección del camino. Sucedía algo así como con el
horizonte, que parece estar siempre ahí, al alcance de la mano, pero que a cada
paso se comprueba de nuevo que está inexorablemente más allá, cumpliendo así de
continuo su indefectible función de orientar el caminar, que es, en definitiva,
la única tarea que cumplir».[1]
Si Jesús
descubrió su misión a base de fracasos, cuanto más nosotros deberíamos hacer lo
mismo, aunque eso signifique aceptar que lo que funcionó en una época, ahora
necesita ser reformulado. Esto exige romper con toda resistencia y apostar a la
resituación o conversión (metanoia) como Jesús lo hizo.
Una mediación para lograrlo es la elaboración de un Proyecto fraterno de Vida y
Misión, justo lo que ahora se nos propone en este Consejo Plenario.
1. Apostar por un Proyecto fraterno de
Vida y Misión es evangélico y responde a nuestra vocación de Hermanos Menores
La razón
más profunda de que todos estamos aquí es que en algún momento de nuestra
existencia escuchamos el llamado de Dios a vivir la santidad a través de una vocación
específica llamada “vida religiosa”. Dicha vocación nos exige, al menos a los
Frailes Menores, vivir lo fundamental del ideal de san Francisco: seguir las
huellas de nuestro Señor Jesucristo siempre bajo el impulso del Espíritu del
Señor. En este ideal, la fraternidad se presenta no como el fin, sino como la
máxima posibilidad de cumplimiento de esta exigencia fundamental franciscana.[2]
Por eso, la convivencia entre los hermanos ha de ser siempre buena y gustosa
(cf. Sal 133, 1).
Para que
esto sea posible, nuestra vida fraterna ha de ir acompañada de ciertas normas
de convivencia que, lejos de oprimir a los hermanos, les conduzcan a un camino
de plenitud en la libertad. En nuestro caso específico, estas normas de sana
convivencia pueden verse expresadas desde las Constituciones Generales de la
Orden hasta el horario que cumple la fraternidad local. Aquí interesa
reflexionar solamente en la mediación que representa la elaboración y
cumplimiento de un Proyecto fraterno de Vida y Misión, que, además, ha de ser
siempre nutrido por dichas normativas.
Gracias
a todo lo anterior, la pregunta que mueve esta breve reflexión es la siguiente
¿qué nos debería motivar, teológicamente hablando, a generar un Proyecto
fraterno de Vida y Misión? Dicho en otras palabras ¿hay algo de soteriológico y
escatológico[3]
en la elaboración y cumplimiento de un Proyecto fraterno de Vida y Misión? La
respuesta tendría que ser afirmativa. Pero para poder sostener esto habría que hacer
una justificación.
1.1. Dimensiones de vida en la
fraternidad religiosa
Toda
fraternidad religiosa tiene distintas dimensiones de vida que pueden ser
agrupadas en tres binomios: contemplación-acción, individuo-fraternidad y
misión-inserción. Dichas dimensiones, para que sean articuladas, han de estar
protegidas, más no encerradas, en los distintos ámbitos que exige la
elaboración de un Proyecto fraterno de vida y misión. La finalidad de hacerlo
así es vivir cada binomio de manera equilibrada y no privilegiar uno en
detrimento de los otros dos,[4] lo
cual no traería nada de bueno ni gozoso a la convivencia fraterna.
Para que
sea notada con mayor énfasis la relación intrínseca que guardan sobredichas
dimensiones puede ser expresada bajo una frase: “Dios llama (contemplación) al
hombre (individuo) para vivir y practicar (acción) el reino de Dios en
Fraternidad y Misión (inserción)”. Detengámonos un poco a reflexionar con mayor
profundidad esta frase.
1.1.1. Contemplación-acción
Dios
llama (contemplación) al hombre (individuo)… El llamado de
Dios, al que la Iglesia denomina «vocación», ha de ser escuchado por el hombre
(individuo) en la contemplación. No puede ser de otra forma. Por eso, esta
llamada de Dios se convierte en una invitación a la comunión con él, lo cual
constituye de inmediato al hombre-individuo en «persona» realmente existente.[5] La
vocación exige un movimiento, un dinamismo, y una acción por parte del hombre
expresada en la conversión (metanoia), entendida ésta como un “encuentro de
miradas”. En efecto, en el proceso de conversión hay un doble mirar: primero,
un volverse libre y gratuito de Dios al hombre; y, segundo, un volverse libre y
consciente del hombre hacia Dios, posibilitado,
sostenido y requerido por ese paso previo de Dios.[6]
Estamos
ante la lógica de un homo capax Dei y un Deus capax hominis; ante la humanización de Dios, y el
proceso de la divinización del hombre.[7] Interesante es profundizar en esta última,
pues es lo que algunos Padres de la Iglesia tales como Ireneo, Clemente de
Alejandría y Orígenes tomaban como explicitación y fundamentación de su «convicción
de que la salvación del hombre consiste en una auténtica divinización que tiene
lugar mediante su adopción filial en Cristo».[8] Este proceso de salvación
tiene, por tanto, un carácter trascendental
que está referido de forma explícita y personal a Dios en el acontecer
dialógico de la vida sacramental y de oración (contemplación).[9]
Todo esto conduce a señalar que la
doble mirada que representa el proceso de conversión y que trae la divinización-salvación
del hombre motiva a la acción, al movimiento y al dinamismo, tanto ad
intra como ad extra de la fraternidad. Ya el mismo Vaticano II
afirmó que hay un nexo entre salvación y mundo (cf. GS 36). Pero esta relación
será enfatizada más adelante.
En suma,
la llamada que hace Dios al hombre es escuchada en la contemplación. Llamada
que se convierte en una invitación a la conversión, es decir, a la resituación
personal y comunitaria. El hombre queda constituido, así, en persona para
entrar en relación tanto con Dios como con los otros hombres. La finalidad de
todo este proceso es la divinización-salvación del hombre inserto en una
fraternidad. Esta finalidad nos da oportunidad de profundizar en otras dos
dimensiones de la vida religiosa: individuo-fraternidad.
1.1.2. Individuo-fraternidad
La
fraternidad no puede ser formada sino por los hombres (individuos) constituidos
en «persona» por Dios mismo. En este sentido, individualidad y exigencia de
comunidad son datos igualmente originarios para el hombre.[10]
Es más, la salvación ha de ser personal, pero en comunidad. Particularmente, la fe sostiene que,
desde su creación, la humanidad está concebida como una gran unidad. Prueba de
ello es que en toda la Escritura no cabe ningún concepto individualista del
hombre ni de su salvación.[11] La comunidad, de hecho,
juega un papel mediador en la salvación individual.[12] Es medio, más no fin. El
mismo Francisco de Asís lo entendió así, pues, para él, el único fin era
Cristo.[13]
Cuando aquí se habla de “individuo”
no quiere hacer referencia a un “individualismo”, sino a que «cada persona está
constituida de rasgos y virtudes muy personales. Es lo que constituye la unicidad
de la persona y que hace que cada uno sea irrepetiblemente él mismo… en una
palabra su identidad propia».[14] En este sentido, la
fraternidad debe ayudar al individuo a crecer y posibilitar procesos internos
de transformación personal.
Nada de esto será posible si cada
individuo, en lugar de vivir su identidad propia en relación con las otras
identidades de sus hermanos, vive de manera aislada. Precisamente el Proyecto
fraterno de vida y misión quiere hacer conjugar todas las identidades de cada
uno de los individuos en función del proyecto del reino de Dios, que se ha de
vivir, primero, ad intra y, segundo, ad extra de la misma
fraternidad. Por eso, toda misión ha de comenzar por la construcción del reino
en la propia fraternidad, pues ésta es la primera y fundamental
misión/compromiso y el lugar privilegiado de encuentro de comunión con Dios,
con los hermanos y con los hombres.[15]
1.1.3. Misión-inserción
…para
vivir (acción) el reino de Dios… Ya con lo dicho más arriba estamos
invitados, individual y fraternamente, a participar activamente del anuncio y
praxis del reino de Dios como principal Misión. Herederos del carisma del santo
de Asís, hemos de llevar a cabo esta Misión insertos en el mundo y sus signos
de los tiempos. En palabras del Concilio Vaticano II:
«Para cumplir esta misión es
deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e
interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada
generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad
sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua
relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que
vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con
frecuencia le caracteriza» (GS 4).
Recuérdese
a este propósito que Jesús, en el cuarto evangelio, pide a Dios no que nos
saque del mundo, sino que nos proteja del Maligno (Jn 17, 15). Además,
recuérdese el viejo adagio patrístico: «lo que no es asumido, no es redimido».
En este sentido, «el cristiano no es sacado del mundo, sino que, con él, el
mundo es redimido e incardinado al reino de Dios del nuevo cielo y de la tierra
nueva».[16] Estamos
ya ante la dimensión escatológica del reino de Dios y, por tanto, de nuestra Misión-inserción
en el mundo.
2. El PFVM está dotado de sentido
soteriológico y es un adelanto escatológico
Con todo
lo dicho hasta aquí, se puede ir perfilando la justificación de por qué el Proyecto
fraterno de Vida y Misión está dotado de sentido soteriológico y se presenta
como un adelanto escatológico. De sentido soteriológico en cuanto a que se
convierte en mediación de salvación, tanto personal como comunitaria. Salvación
que, además, hemos de compartir con el mundo como agentes primeros y activos
del reino de Dios. De sentido escatológico porque dicho Proyecto invita a
formar una fraternidad sólida, alegre y gustosa que invite a pesar de inmediato
en los cielos nuevos y la tierra nueva del final de los tiempos.
3. A modo de conclusión
Regresando
a la pregunta inicial ¿qué nos debería motivar, teológicamente hablando, a
generar un Proyecto fraterno de Vida y Misión? Nos debería de motivar el
presentar nuestro modo de vida como un medio de salvación y un adelanto
escatológico. Esto es posible gracias a que dicho Proyecto posibilita que todas
las dimensiones de la fraternidad religiosa se vean recuperadas, protegidas y
potenciadas.
Pero
nada de esto será posible si no dejamos de domesticar términos como la conversión
cristiana y si no derrumbamos todo tipo de resistencias a mejor entender
conceptos como el de redimensionamiento, resituación, cambio de paradigma o
cambio de época. Es más, si se quieren dejar de lado estos últimos por el
sentido negativo que para muchos representan, se puede hacer, pero sin
olvidarnos que “Dios llama (contemplación) al hombre (individuo) para vivir y
practicar (acción) el reino de Dios en Fraternidad y Misión (inserción)”.
[1] Cf. Senén Vidal,
Jesús el Galileo, Sal Terrae (PT, 148), Santander 2006, 235.
[2] Cf. N. van Khank,
Cristo en el pensamiento de Francisco de Asís según sus escritos,
Aranzazu (Col. Hermano Francisco, 16), Oñate 19932, 214-219.
[3] Aquí se entiende por escatología las afirmaciones de
fe sobre el destino final del individuo y la transformación última y definitiva
de la humanidad y de todo el cosmos operada por Dios.». Véase W. Beinert, Diccionario… op.
cit., 514.
[4] Cf. J. M. Mtz.
de Ilarduia, El proyecto comunitario, camino de encuentro y comunión,
Instituto Teológico de Vida Religiosa (Frontera, 14), Vitoria 20143,
25.
[5] Cf. L. F. Ladaria,
Antropología Teológica, Universidad Pontificia de Comillas, Madrid 1983,
127.
[6] Cf. W. Kasper, La
liturgia de la Iglesia, Sal Terrae (PT 228), Maliaño 2015, 392.
[7] Cf. Martín Gelabert
Ballesteres, «Un Dios capaz del Hombre. Humanidad en Dios, divinización
del hombre», en Carthaginensia, 67 (2019) 35-51; Adolphe Gesché, «Un Dios capaz del Hombre», en
Id., Jesucristo. Dios para pensar VI, Sígueme (Verdad e Imagen, 150),
Salamanca 2013, 235-261; Iván Ruiz
Armenta, «Fundamento de la
antropología teológica», en Id., Humanismo cristiano como afirmación plena
del hombre. Relectura antropológica en clave de Diálogo con algunos humanismos
no creyentes, Universidad Pontificia de México, 2021, 65-82.
[8] L. F. Mateo-Seco,
«Salvación y divinización (la lección de los Padres)» en Scripta Theologica
31 (1999/2) 454.
[9] Cf. Gerhard L. Müller,
«Salvación», en W. Beinert, Diccionario
de Teología… op. cit., 642.
[10] Cf. L. F. Ladaria,
Antropología Teológica… op. cit., 126-127.
[11] Cf. L. F. Ladaria,
Antropología Teológica… op. cit., 128.
[12] Cf. J. L. Ruiz
de la Peña, Imagen de Dios. Antropología teológica fundamental,
Sal Terrae (PT, 49), Maliaño 19886, 210; Cf. LG 9. El fundamento de
esta unión total es Cristo, cabeza de su cuerpo místico, conformado por todos
los miembros de su Εκκλησία (Cf. LG 7).
[13] Cf. N. van Khank,
Cristo en el pensamiento… op. cit., 214-219.
[14] J. M. Mtz. de
Ilarduia, El proyecto comunitario… op. cit., 47.
[15] Cf. J. M. Mtz.
de Ilarduia, El proyecto comunitario… op. cit., 71.
[16] Gerhard L. Müller,
«Salvación», en W. Beinert, Diccionario…
op. cit., 643.
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