08 julio 2020

La imagen de Dios en tiempos de pandemia


La actual situación de muerte y miedo que se vive en el mundo ha venido a modificar muchas cosas. Dígase, por ejemplo, la forma de comportarnos y de ser, la manera en cómo expresamos nuestra afectividad, las cosas y formas en cómo consumíamos una gran diversidad de cosas.


Incluso la misma fe y la imagen de Dios se han visto “modificadas” hasta en los más creyentes. En esta “modificación” se pueden percibir dos grupos: quienes han purificado su fe e imagen de Dios, y quienes la han empañado o, incluso, abandonado.


Estos últimos piensan que Dios ha enviado la pandemia para castigar a la humanidad por sus pecados y culpas. Que nos ha olvidado y abandonado. Que ya no hace milagros. Pero un Dios sádico y “milagrero” no es el Dios del Jesús de los evangelios. Por el contrario, el Dios de Jesús es un Padre amoroso siempre preocupado por su pueblo, que siempre da «signos» y «señales» de su presencia.


Afortunadamente también hay quienes han purificado y fortalecido su fe en medio de esta situación. Ellos han abierto el corazón a la revelación del Dios de Jesús. Aquél Abbá que acompaña siempre la vida de los suyos.


Esta pandemia nos ha “obligado” a entender que el Dios cristiano, aquel que en los evangelios hace milagros por mediación de Jesús, no es un “dios milagrero” que puede tacharse de arbitrario por curar a unos y a otros olvidarlos. Este “dios milagrero” también puede entenderse como un dios que infantiliza a sus hijos porque siempre “les resuelve todo lo malo”. Dios no tiene esa función en y para su creación.


Entonces ¿Dios no hace nada? ¿sólo se sienta a ver sufrir a sus hijos? ¿qué hace Dios todo el día? La respuesta a estas preguntas las podemos encontrar en la relación que mantiene Dios Padre con su Hijo Jesucristo: una relación de acompañamiento en todo momento. Incluso cuando ve morir a su Hijo colgado de una cruz.


El mismo ejemplo de Jesús nos deja ver un Dios nada arbitrario ni infantilizador. Sino más bien se muestra como un Dios que no nos soluciona nada, pero nos acompaña siempre.[1] Esto, insisto una vez más, no significa que Dios nos abandone al sufrimiento, sino que respeta las leyes de la misma vida humana y su creación. Quizá en lugar del término “milagro”, que puede prestarse a una gama amplia de significados que nada tienen que ver con Dios ni la fe en él, deba ocuparse el término «signo», aquel con el que San Juan designa en su evangelio las curaciones y expulsiones de demonios que hace Jesús.


Estas señales o signos tienen la función de manifestar el amor, la misericordia y la salvación que Dios participa a los hombres. En este sentido, podemos ser testigos de muchos signos (milagros) en donde podemos «ver» una manifestación de Dios. La vida cristiana está llena de estos «signos-milagros». En nuestro caso específico podemos ver esos «signos vivientes» en todos los que cuidan de los afectados por este virus mortal; en los que dan vida, mediante palabras y actitudes, a aquellos contagiados o a aquellos familiares que han perdido un ser querido; en los científicos que se esfuerzan por encontrar una cura al COVID-19; en quien tiende una mano al hermano caído.


Lo que sí hace Dios es que se implica con nosotros, lucha a nuestro lado contra el mal, el sufrimiento, lo que nos puede deshumanizar, pero siempre manteniendo su condición de Amor creador, sustentador, compañero, pero nunca infantilizador.


¿Dios no hace nada? Sí, está acompañando en el sufrimiento a quienes padecen más de cerca la enfermedad; ¿sólo se sienta a ver sufrir a sus hijos? No, actúa mediante los seres humanos que, de una u otra manera, dan vida a los afectados; ¿qué hace Dios todo el día? Nos asiste con su fortaleza para abordar, enfrentar y solucionar humanamente todos los sufrimientos de la vida que causa la maldad que hay en el mundo, incluyendo la actual pandemia.


El papel que debe desempeñar el hombre en medio de esta situación es el de estar viviendo en Dios y, por tanto, siendo en él  (X. Zubiri) para que la vida de todo ser humano haga patente la vida de Dios en todo y todos.


En conclusión, nuestra imagen de Dios debe ser la de un Padre que siempre está acompañando a los suyos, fortaleciéndolos, animándolos mediante sus «signos», y que los está iluminando para encontrar solución y cura a esta enfermedad mortífera.


 

¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta


No olvides suscribirte a este blog y visitarnos en YoutubeFacebook y Spotify

[1] Ideas base tomadas de J. M. Mardones, Matar a nuestros dioses.Un Dios para un creyente adulto, PPC, Madrid 2013, 54-66.

No hay comentarios:

Publicar un comentario