La actual situación
de muerte y miedo que se vive en el mundo ha venido a modificar muchas cosas.
Dígase, por ejemplo, la forma de comportarnos y de ser, la manera en cómo
expresamos nuestra afectividad, las cosas y formas en cómo consumíamos una gran
diversidad de cosas.
Incluso
la misma fe y la imagen de Dios se han visto “modificadas” hasta en los más
creyentes. En esta “modificación” se pueden percibir dos grupos: quienes han
purificado su fe e imagen de Dios, y quienes la han empañado o, incluso,
abandonado.
Estos
últimos piensan que Dios ha enviado la pandemia para castigar a la humanidad
por sus pecados y culpas. Que nos ha olvidado y abandonado. Que ya no hace
milagros. Pero un Dios sádico y “milagrero” no es el Dios del Jesús de los
evangelios. Por el contrario, el Dios de Jesús es un Padre amoroso siempre
preocupado por su pueblo, que siempre da «signos» y «señales» de su presencia.
Afortunadamente
también hay quienes han purificado y fortalecido su fe en medio de esta
situación. Ellos han abierto el corazón a la revelación del Dios de Jesús.
Aquél Abbá que acompaña siempre la vida de los suyos.
Esta
pandemia nos ha “obligado” a entender que el Dios cristiano, aquel que en los
evangelios hace milagros por mediación de Jesús, no es un “dios
milagrero” que puede tacharse de arbitrario por curar a unos y a otros
olvidarlos. Este “dios milagrero” también puede entenderse como un dios que
infantiliza a sus hijos porque siempre “les resuelve todo lo malo”. Dios no
tiene esa función en y para su creación.
Entonces
¿Dios no hace nada? ¿sólo se sienta a ver sufrir a sus hijos? ¿qué hace Dios
todo el día? La respuesta a estas preguntas las podemos encontrar en la
relación que mantiene Dios Padre con su Hijo Jesucristo: una relación de
acompañamiento en todo momento. Incluso cuando ve morir a su Hijo colgado de
una cruz.
El
mismo ejemplo de Jesús nos deja ver un Dios nada arbitrario ni infantilizador.
Sino más bien se muestra como un Dios que no nos soluciona nada, pero nos
acompaña siempre.[1]
Esto, insisto una vez más, no significa que Dios nos abandone al sufrimiento,
sino que respeta las leyes de la misma vida humana y su creación. Quizá en
lugar del término “milagro”, que puede prestarse a una gama amplia de
significados que nada tienen que ver con Dios ni la fe en él, deba ocuparse el
término «signo», aquel con el que San Juan designa en su evangelio las
curaciones y expulsiones de demonios que hace Jesús.
Estas
señales o signos tienen la función de manifestar el amor, la misericordia y la
salvación que Dios participa a los hombres. En este sentido, podemos ser
testigos de muchos signos (milagros) en donde podemos «ver» una manifestación
de Dios. La vida cristiana está llena de estos «signos-milagros». En nuestro
caso específico podemos ver esos «signos vivientes» en todos los que cuidan de
los afectados por este virus mortal; en los que dan vida, mediante palabras y
actitudes, a aquellos contagiados o a aquellos familiares que han perdido un
ser querido; en los científicos que se esfuerzan por encontrar una cura al
COVID-19; en quien tiende una mano al hermano caído.
Lo
que sí hace Dios es que se implica con nosotros, lucha a nuestro lado contra
el mal, el sufrimiento, lo que nos puede deshumanizar, pero siempre manteniendo
su condición de Amor creador, sustentador, compañero, pero nunca infantilizador.
¿Dios
no hace nada? Sí, está acompañando en el sufrimiento a quienes
padecen más de cerca la enfermedad; ¿sólo se sienta a ver sufrir a sus
hijos? No, actúa mediante los seres humanos que, de una u otra manera, dan
vida a los afectados; ¿qué hace Dios todo el día? Nos asiste con su
fortaleza para abordar, enfrentar y solucionar humanamente todos los
sufrimientos de la vida que causa la maldad que hay en el mundo, incluyendo la
actual pandemia.
El
papel que debe desempeñar el hombre en medio de esta situación es el de estar
viviendo en Dios y, por tanto, siendo en él
(X. Zubiri) para que la vida de todo ser humano haga patente la vida de
Dios en todo y todos.
En
conclusión, nuestra imagen de Dios debe ser la de un Padre que siempre está
acompañando a los suyos, fortaleciéndolos, animándolos mediante sus «signos», y
que los está iluminando para encontrar solución y cura a esta enfermedad
mortífera.
¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta
[1] Ideas base tomadas de J. M. Mardones, Matar a nuestros dioses.Un Dios para un creyente adulto, PPC, Madrid 2013, 54-66.
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