25 marzo 2020

Y el Verbo de Dios se hizo humano.




El sentido de Encarnación en el siglo XXI


La encarnación del Verbo es uno de los misterios más grandes de la fe cristiana. De esta verdad de fe se desprenden muchas otras hasta culminar en la resurrección misma. Particularmente hoy, día en que celebramos la encarnación del Verbo, lo central es encontrar el sentido teológico que contenga valor y le diga algo al hombre creyente del siglo XXI de esta encarnación.

El valor que hay que subrayar del misterio de la encarnación es «el amor divino a los seres humanos y su mundo». Pues Dios, al crear todo, no le bastó con crear todo lo visible e invisible, sino que a lo largo de la historia ha querido, y quiere seguir al pendiente de su creación.

Esto para nosotros tiene un sentido teológico inmenso. Nos habla de un Dios siempre cercano a su creación, un Dios que se hace uno con nosotros, un Dios que «se funde y confunde con lo humano», como dice J. M. Castillo. Y lo hace a través de Jesús de Nazaret, aquél a quien nosotros reconocemos como el Cristo, el enviado.

Desde esta perspectiva, se pueden asumir tres formas de entender la encarnación: 1) en Flp 2,6-7 se entiende bajo la forma de kenosis (abajamiento); 2) en Hbr 1,1-3 aparece como el punto culmen de la manifestación de Dios, presentado a Jesús como impronta de Dios y causa de nuestra salvación; y 3) en el cuarto evangelio es el momento culmen en las relaciones de salvación y revelación de Dios para con todo el cosmos.

Intentando conjugar las tres, se puede entender que la plena automanifestación kenótica de Dios en Jesucristo, tiene una finalidad: «nuestra salvación en plenitud». Este, me parece, es el sentido concreto actual que debemos acentuar en la encarnación.

Todo esto nos lleva a un argumento muy sólido y familiar para nosotros que ya se dijo antes, Dios (eterno) se funde y confunde con lo humano (temporal). En el fondo, la encarnación del verbo de Dios en Jesús de Nazaret debe entenderse como la unión especial de la Divinidad con la humanidad. Esta unión esta plenamente hecha en la persona de Jesús de Nazaret, quien al mismo tiempo nos ha dejado la tarea inversa: desde lo humano llegar a la divinidad.

Quizá esto quede más claro si pensamos que Dios nos ha llamado desde un principio a participar de su divinidad y eternidad desde el momento mismo en que nos hizo a imagen y semejanza suya, es decir, participar de su divinidad y eternidad, desde nuestra plenitud humana.

Sólo a través de este matiz, y sin querer usurpar el lugar de Jesús, cosa que nunca haremos, puede entenderse que la encarnación de Dios se da en cada hombre, donde se junta lo humano con lo divino. Sólo desde aquí nosotros podemos encarnar a Dios en la historia y ayudar a la instauración del reino de Dios. Porque por escandaloso que pueda parecer, Dios necesita de nosotros para hacerse concreto en la historia humana. Así lo hizo de manera única con Jesús el Cristo, y ahora, de manera análoga, nos lo pide a nosotros.

Hoy, con el lamentable virus del COVID-19 que ha llevado a numerosas perdidas humanas, es necesario que nos preguntemos cómo podemos encarnar a Dios en nosotros mismos de manera concreta, bien pensada y eficaz.



Bibliografia consultada:

Gerald O´Collins, La encarnación, Sal Terrae, Santander 2003.
J. M. Castillo, La humanización de Dios. Ensayo de cristología, Trotta, Madrid 20102.

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