El sentido de Encarnación en el siglo XXI
La encarnación del Verbo es uno de
los misterios más grandes de la fe cristiana. De esta verdad de fe se
desprenden muchas otras hasta culminar en la resurrección misma. Particularmente
hoy, día en que celebramos la encarnación del Verbo, lo central es encontrar el
sentido teológico que contenga valor y le diga algo al hombre creyente del
siglo XXI de esta encarnación.
El valor que hay que subrayar del misterio de la encarnación es «el amor divino a los seres humanos y su mundo». Pues Dios, al
crear todo, no le bastó con crear todo lo visible e invisible, sino que a lo
largo de la historia ha querido, y quiere seguir al pendiente de su creación.
Esto para nosotros tiene un sentido
teológico inmenso. Nos habla de un Dios siempre cercano a su creación, un Dios
que se hace uno con nosotros, un Dios que «se funde y confunde con lo humano», como dice J. M. Castillo. Y
lo hace a través de Jesús de Nazaret, aquél a quien nosotros reconocemos como
el Cristo, el enviado.
Desde esta perspectiva, se pueden asumir
tres formas de entender la encarnación: 1) en Flp 2,6-7 se entiende bajo la
forma de kenosis (abajamiento); 2) en Hbr 1,1-3
aparece como el punto culmen de la manifestación de Dios, presentado a Jesús
como impronta de Dios y causa de nuestra salvación; y 3) en el cuarto evangelio
es el momento culmen en las relaciones de salvación y revelación de Dios para
con todo el cosmos.
Intentando conjugar las tres, se
puede entender que la plena automanifestación kenótica de Dios en Jesucristo, tiene una finalidad: «nuestra
salvación en plenitud». Este, me parece, es el sentido concreto actual que
debemos acentuar en la encarnación.
Todo esto nos lleva a un argumento
muy sólido y familiar para nosotros que ya se dijo antes, Dios (eterno) se
funde y confunde con lo humano (temporal). En el fondo, la encarnación del
verbo de Dios en Jesús de Nazaret debe entenderse como la unión especial de
la Divinidad con la humanidad. Esta unión esta plenamente hecha en la
persona de Jesús de Nazaret, quien al mismo tiempo nos ha dejado la tarea
inversa: desde lo humano llegar a la divinidad.
Quizá esto quede más claro si pensamos
que Dios nos ha llamado desde un principio a participar de su divinidad y
eternidad desde el momento mismo en que nos hizo a imagen y semejanza suya, es decir, participar de su divinidad y
eternidad, desde nuestra plenitud humana.
Sólo a través de este matiz, y sin
querer usurpar el lugar de Jesús, cosa que nunca haremos, puede entenderse que
la encarnación de Dios se da en cada hombre, donde se junta lo humano con lo
divino. Sólo desde aquí nosotros podemos encarnar a Dios en la historia y ayudar a la instauración del reino
de Dios. Porque por escandaloso que pueda parecer, Dios necesita de nosotros para hacerse concreto en la historia humana. Así lo
hizo de manera única con Jesús el Cristo, y ahora, de manera análoga, nos lo
pide a nosotros.
Hoy, con el lamentable virus del
COVID-19 que ha llevado a numerosas perdidas humanas, es necesario que nos
preguntemos cómo podemos encarnar a Dios en nosotros mismos de manera
concreta, bien pensada y eficaz.
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