Fidelidad y estabilidad matrimonial.
Entre el ideal y la exigencia evangélica
Nuestra
sociedad parece ser una sociedad del «mientras pueda/quiera lo haré», ya no hay
un «para siempre» cuando se trata de compromisos, sean cuales sean estos
compromisos. Ante esta situación el matrimonio se encuentra comprometido, pues éste,
según se subraya en el Catecismo, es una «alianza por la que el varón y la
mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida». Quizá
detrás de esta situación está que en la sociedad ya no existen muchos ideales,
en este caso específico el «ideal matrimonial».
Quizá ante esta situación habría que
recobrar la importancia de los ideales, pues gracias a ellos la conducta que un
hombre o mujer asumen en su vida diaria constituye una respuesta adecuada al
proyecto que cada uno hace de su propia existencia.
Por eso, si ya no hay un ideal que seguir, la conducta del hombre ya no se ve «motivada»
por nada.
Es también en este contexto donde la familia, que es
el primer núcleo en el que nos desenvolvemos y en donde bebemos los primeros
valores que en general marcarán nuestra vida, se ve sacudida. Vista desde la óptica
de la fe, la familia que vive en clave cristiana siente esta sacudida en lo que
la constituye: el sacramento del matrimonio.
No hay que olvidar que el matrimonio vivido en clave
cristiana tiene un ideal ético-religioso al que pertenecen los valores
de la fidelidad conyugal y la estabilidad del matrimonio. Dicho ideal ético-religiosos está enmarcado en los valores evangélicos del
reino de Dios. De lo que se trata, pues, es de que el matrimonio vivido en
clave cristiana asuma los ideales cristianos para adaptarlos a su peculiaridad.
De esta manera, si el evangelio pide ver por el
prójimo y hacerlo de una manera permanente -véase por ejemplo la parábola de
«el buen samaritano» (cf. Lc 10,29-37)-, el matrimonio vivido en clave
cristiana entiende esta exigencia evangélica bajo el ideal de la fidelidad
y la estabilidad. Lamentablemente, algunas veces y por distintos motivos,
ni la exigencia evangélica ni el ideal matrimonial se viven, ocasionando un
«matrimonio fallido».
Para tratar de evitar esto, parece necesario recobrar
el ideal matrimonial que se desprende de las exigencias evangélicas. Un camino
para esto puede ser recuperar la «espiritualidad de los esposos» para
incrementar el lazo conyugal con creatividad y cuidado, ayudados de los tres
altares del hogar: el «altar de la oración», junto al cual los esposos constituyen
su vínculo con Jesucristo y lo invitan a participar de sus asuntos mediante la
oración en común; el «altar de la mesa», desde donde los esposos construyen su
vínculo a través del diálogo sobre todos los temas de su vida común y personal;
y el «altar del dar», junto al cual los esposos construyen el vínculo en el que
se comparte el amor y el placer a través de la relación sexual. En estos tres
altares los esposos descubrirían el amor de Cristo que viene a ellos y se
encarna en sus cuerpos,
reanimando, así, el ideal matrimonial y la convicción de querer ser fieles y
permanecer siempre juntos.
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