18 noviembre 2023

«Siervo bueno y fiel...» || Reflexión dominical || Por: Daniel de la Divina Misericordia || Domingo XXXIII Ordinario

 

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

«Siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu Señor.»
Mateo 25, 14-30.

A lo largo de los domingos precedentes hemos venido meditando en los tres grandes valores cristianos: amor, fe y esperanza, en vistas a encaminarnos al final de nuestro ciclo litúrgico. Hoy se nos vuelve a presentar una nueva enseñanza que va en la misma tónica que la precedente (la de las diez doncellas), pues la anterior nos invitaba a estar atentos, con esperanza, ante la inminente irrupción del Reino, esta nos invitará ahora a vivir en una esperanza activa.

Si lo pensamos con detenimiento, un agricultor no siembra la semilla en la tierra y se sienta a contemplar con “esperanza” a que esta rompa la tierra y haga brotar las hojas y los frutos; por el contrario, remueve la tierra, la riega, la abona, prepara el granero para que cuando la planta termine su ciclo de crecimiento pueda guardar los frutos en él. Lo mismo ocurre con el cristiano, no puede decir que tiene fe, esperanza y amor, y simplemente sentarse a ver la vida pasar, solo “esperando” a que Dios haga su obra en él y en el mundo; por el contrario, se pone en camino, para hacer brotar en su vida y en la de los demás el Reino de Dios.

Dejemos pues, que la Palabra de vida nos ilumine este día por medio de la parábola de los talentos.

1.      «Llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes»

Primeramente fijémonos en la actitud del Señor, que en un acto de confianza y generosidad confía sus bienes a sus servidores mientras él no se encuentra. La referencia nos tiene que parecer obvia, el evangelista encarna en este personaje al Señor, que en su ausencia confía su Reino a los discípulos, mientras que estos últimos están representados en la imagen de los siervos.

Lo primero es la actitud de confianza, el Señor considera a los tres siervos como de “confianza”, lo cual significa que tiene de ellos una experiencia personal, de cercanía y familiaridad, los conoce tan bien, que más adelante se nos dice que le confía a cada uno cantidades diferentes porque conoce las capacidades de cada uno; no entrega más de lo que un siervo pueda manejar, entrega lo justo para que no haya complicaciones y pueda realizar su trabajo.

Lo segundo es la actitud de generosidad, pues la confianza que les tiene lo lleva a poner sus riquezas en sus manos; un talento equivalía a la unidad monetaria más alta en el tiempo en que se escribió el Evangelio, y equivalía a 6000 denarios; si nos detenemos a pensar que un denario era el pago popular de un día de trabajo, un denario era algo así como unos diez y seis años y medio de trabajo, y que el primer siervo recibió cinco, llegamos a la conclusión que ha puesto en sus manos ¡Toda una vida de trabajo!

Aquí detengámonos un momento y pensemos: ¿Cuántas cosas me ha confiado Dios a mi en su infinita generosidad?¿realmente soy consiente de lo mucho que confía en mí?

2.      «Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores»

Ahora fijémonos en la respuesta de los servidores frente a la confianza y la generosidad de su Señor.

De los primeros dos la respuesta es idéntica, entregan duplicada la suma que recibieron al inicio, han puesto a trabajar la confianza y la generosidad y han ganado el poder duplicarla, pues no solo duplicaron los talentos recibidos, duplicaron además los sentimientos de su Señor para con ellos. Esto nos habla de que conocen a su Señor, de la misma manera que Él los conoce a ellos, saben bien que es un hombre exigente, pero sobre todo, lo aman profundamente, pues, ¿de que otra manera se explica que aquellos hombres no hubieran huido con tan grandiosa oportunidad de riqueza? Si se han quedado es porque aman a su Señor, porque a su lado nada les falta, porque con Él todo lo tienen, su persona colma todos sus anhelos, por eso lo esperan, y por el amor que le tienen ponen todo su esfuerzo para que cuando regrese pueda encontrar multiplicadas sus riquezas.

En estos personajes, relumbra demás, una virtud humana básica y muy importante, la virtud de la diligencia. La primera lectura hace una bella semblanza de esa virtud representada en una mujer hacendosa (Proverbios 31, 10-13.19-20.30-31.) que se procura los medios para combinarlos con sus habilidades y producir con ellos cosas con las cuales enriquece a los que se encuentran a su alrededor, lo que le trae a su vez el agradecimiento y la alabanza de quienes son capaces de reconocer su labor.

Muy contraria es la actitud del tercer siervo. Este se nos presenta cargado de miedo y desinterés. Este al igual que los anteriores es conocido por su amo quien sabe de sus capacidades, un poco limitadas, por lo cual se le confía aún menos que los demás, quizá con la esperanza de que dicha confianza le ayude a crecer; y por su parte este siervo también conoce al amo, eso queda claro cuando le hecha en cara sus exigencias: «Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces», sus palabras denotan que lejos de amarlo como los otros dos le tiene miedo, no puede ver en él a alguien de quien fiarse, no es capaz de corresponder a la confianza que le ha dado; no es capaz de tener iniciativa, ni siquiera un poco de creatividad, o al menos, interés por imitar el ejemplo de sus compañeros, simplemente esconde lo recibido en la tierra y se sienta a esperar a que el amo regrese; tal vez pudo haber huido con el talento recibido, pero ni siquiera de eso es capaz, no se queda porque sienta amor a su Señor, se queda porque lejos de él no sabría que hacer, no quiere renunciar a la comodidad de ser simplemente un autómata que recibe ordenes sin siquiera pensar un poco para poder producir algo que compartir con los demás.

Gracias a esta parábola es que en el lenguaje comenzamos a identificar la palabra talento ya no solo como unidad monetaria sino para identificar todas aquellas habilidades humanas con las cuales  podemos desarrollarnos, crecer en la sociedad y en la comunidad, con los cuales podemos ganarnos un lugar en la vida de los demás a base de respeto y admiración; en la parábola, el talento tiene un significado semejante, pues representan aquellas cualidades y actitudes dados por Dios para la construcción de su Reino, los cuales se ponen a disposición de los demás por medio del servicio, no con afán de ganarse su respeto y admiración, sino simplemente por amor, por el deseo de construir una realidad mejor para todos.

Si nos fijamos bien, vemos de nueva cuenta relumbrar aquí las tres actitudes cristianas fundamentales: la fe que se tienen ambos, Señor y siervos, que se manifiesta de forma positiva en la confianza con la que el amo deposita en ellos sus bienes, en la manera en que los dos primeros confían en que al ponerlos a trabajar lograrán producir ganancias; la esperanza se manifiesta en la posibilidad del reencuentro entre ambos, Señor y siervos, pues es ella quien motiva al Señor a resguardar en sus siervos sus bienes para recuperarlos después, y a los siervos para poner a trabajar los talentos con la finalidad de aumentar la riqueza, preparando así lo suficiente para un futuro que se augura feliz; finalmente el amor se manifiesta en el conocimiento que Señor y siervos tienen el uno del otro, y que se manifiesta más claro en el intercambio de bienes, cuando los siervos entregan los talentos multiplicados y el amo introduce en el banquete festivo a sus siervos, a quienes al parecer, ya considera sus amigos, puesto que, según la mentalidad de la época, un amo no invita a sus siervos y esclavos a la mesa (Cfr. Lucas 17, 7-8), sino por el contrario, invita a sus amigos, a quienes comparten su nivel social; aquí el amo de la parábola imita el actuar de Jesús, que deja de considerar a sus discípulos como siervos para darles trato de amigos (Cfr. Juan 15,15).

En cambio, la ausencia de estos tres valores es notoria en el último siervo: no tiene confianza en el amo, ni en sí mismo, ni en los demás como para hacer lo mínimo (depositar el dinero en el banco) con el talento confiado; no tiene esperanza en el futuro, por eso no alcanza a vislumbrar la necesidad de hacer crecer el bien recibido; carece de amor, porque dice conocer a su Señor, pero solo lo ve como una figura negativa, opaca, exigente, incapaz de comprenderlo aun cuando conoce sus capacidades. No se trata con esto de hacer fuego con este ultimo siervo, finalmente son las vicisitudes de la vida las que seguramente lo han llevado a asumir un estilo de vida semejante, se trata de reconocer en él, el pesimismo de la vida que constantemente nos pone la tentación de quedarnos estáticos, contemplando un pasado, glorioso o doloroso, pero sin la capacidad de iluminar y construir un futuro mejor. 

Hay personas como este siervo, que viven esperando una gran oportunidad, considerando que los talentos que tienen no son lo suficientemente buenos para ellos, que no van de acuerdo con sus capacidades, y se niegan a ponerlos a trabajar. Los talentos que Dios nos da son oportunidades de crecimiento, porque primero se tienen dos talentos, después cuatro, un día cinco y después diez, se multiplican con paciente esfuerzo; las grandes oportunidades se esconden en lo que parecen pequeños talentos: ¿acaso tener la responsabilidad de educar a los hijos es poca cosa?¿hacer de ellos buenos seres humanos no es un desafío?¿Amar y respetar al esposo o esposa en absoluta fidelidad es una pequeñez? ¿ser buen estudiante, empleado, patrón no implica esfuerzo? ¿liderear un grupo pastoral en la comunidad es un servicio inútil? Y en todos ellos es necesario la presencia de la fe, la esperanza y el amor, para hacerlos llegar a la plenitud.

Aquí podríamos detenernos una vez más para cuestionarnos: ¿Cómo he respondido a la confianza que Dios me tiene? ¿Cuáles talentos me ha confiado? ¿Cómo los he hecho trabajar? ¿ha sido suficiente? ¿Cómo me han hecho crecer esos talentos confiados?

3.      «Al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará»

La última escena es contrastante, es el juicio que el Señor hace de sus siervos: a los primeros los felicita, los premia con mayor confianza y los introduce en su banquete festivo; en cambio al ultimo lo reprende, lo despoja y lo deja sumirse en su miseria.

Parece una escena cruda, difícil de comprender desde la perspectiva de un Dios amoroso y misericordioso, y sin embargo es la consecuencia lógica de la apostura que cada uno asume. Por una parte los primeros siervos arriesgaron todo sin esperar nada a cambio, y en la lógica de Dios esto les atrae la bendición, pues aquel que tiene la capacidad como Jesús de entregar hasta la propia vida por la causa del Reino conquista su propia vida, y la conquista en plenitud, por eso recibe más de lo que tiene, porque ha asumido que de nada sirve conservar los talentos si esto lo lleva a perderse (Cfr. Mateo 16, 25-26); y entonces se le exalta, entra en el banquete festivo porque ha aprendido a disfrutar ese Reino como banquete festivo y no como trabajo oneroso de “sembrar y cosechar” sino de multiplicar y compartir como aquella tarde lo hizo Jesús junto al mar de Galilea, entra a compartir el gozo de su Señor que ha visto su entrega generosa y que con ello ha producido lo suficiente para que el banquete nunca se acabe. Ellos, han sabido ser creativos con el don recibido, han buscado los espacios más propicios para “negociar” con los talentos y producir nuevos dones, todo sin dejar de ser fieles a la confianza depositada en ellos.

Por otra parte, el tercer siervo se sume en su propia miseria, se ha conformado con lo mínimo, lo ha guardado avaramente, no ha sabido compartir y por ello no tiene la capacidad de entrar en el Reino, por ello lo pierde todo, porque al final, en la lógica de Dios, quien pretende conservar su vida termina perdiéndola, así como lo hizo Judas, quien prefirió asirse a sus seguridades antes que quedarse al lado de su maestro. La culpa no es del Señor, Él es justo, la responsabilidad de las consecuencias recae en las decisiones de los siervos, que actúan conforme a la prudencia o la imprudencia, la sabiduría o la necedad, a semejanza de las doncellas de la parábola del domingo anterior.

Al final, quienes se ven beneficiados con el trabajo son los mismos siervos, no lo dice de manera explícita la parábola pero nos deja entrever que aquellos hombres conservaron los talentos cuando el Señor pide que se quite al negligente su talento para ser entregado a quien tiene diez; el Señor no guarda nada para sí, se alegra con el triunfo de sus siervos y comparte las riquezas que la generosidad ha producido.

Ante las diferentes situaciones de nuestro contexto actual, la Iglesia necesita “negociar” sus talentos en estos nuevos espacios, confiando en la bondad de su Señor; la Iglesia necesita de una sabia y prudente creatividad que nos permita poner los dones recibidos por el Espíritu al servicio de una humanidad cada vez más alejada de Dios y de los valores del Reino; no podemos sepultar nuestros talentos bajo la tierra de las formas, sobre todo cuando a nuestro Dios siempre le ha interesado más el contenido (el amor, la compasión, la misericordia, el perdón, la fraternidad) que las formas (ritualismos, tradiciones, rúbricas, moralismos), porque así; lo mismo ocurre con cada cristiano, cuando renunciamos a una fe audaz y valiente que acoge, ama y construye para aferrarnos a una fe infantil, personalista, sumida en el miedo y basada en una imagen equivoca de Dios, cuando pensamos que la fe se reduce al ámbito de lo cultual y devocional, y deja de abrirse a la búsqueda de la transformación de la realidad; una Iglesia y un cristiano que esconde sus talentos de esta forma está condenado inevitablemente a quedarse en la oscuridad, donde solo hay llanto y desesperación lejos del banquete festivo de los hijos de Dios.

El resto de la reflexión depende de ti.

Bendecida semana.

Daniel de la Divina Misericordia C.P.

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