DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO
ORDINARIO
«Siervo
bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré
cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu Señor.»
Mateo 25,
14-30.
A
lo largo de los domingos precedentes hemos venido meditando en los tres grandes
valores cristianos: amor, fe y esperanza, en vistas a encaminarnos al final de
nuestro ciclo litúrgico. Hoy se nos vuelve a presentar una nueva enseñanza que
va en la misma tónica que la precedente (la de las diez doncellas), pues la
anterior nos invitaba a estar atentos, con esperanza, ante la inminente
irrupción del Reino, esta nos invitará ahora a vivir en una esperanza activa.
Si
lo pensamos con detenimiento, un agricultor no siembra la semilla en la tierra
y se sienta a contemplar con “esperanza” a que esta rompa la tierra y haga
brotar las hojas y los frutos; por el contrario, remueve la tierra, la riega,
la abona, prepara el granero para que cuando la planta termine su ciclo de
crecimiento pueda guardar los frutos en él. Lo mismo ocurre con el cristiano,
no puede decir que tiene fe, esperanza y amor, y simplemente sentarse a ver la
vida pasar, solo “esperando” a que Dios haga su obra en él y en el mundo; por
el contrario, se pone en camino, para hacer brotar en su vida y en la de los
demás el Reino de Dios.
Dejemos
pues, que la Palabra de vida nos ilumine este día por medio de la parábola de
los talentos.
1. «Llamó
a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes»
Primeramente
fijémonos en la actitud del Señor, que en un acto de confianza y generosidad
confía sus bienes a sus servidores mientras él no se encuentra. La referencia
nos tiene que parecer obvia, el evangelista encarna en este personaje al Señor,
que en su ausencia confía su Reino a los discípulos, mientras que estos últimos
están representados en la imagen de los siervos.
Lo
primero es la actitud de confianza, el Señor considera a los tres siervos como
de “confianza”, lo cual significa que tiene de ellos una experiencia personal,
de cercanía y familiaridad, los conoce tan bien, que más adelante se nos dice
que le confía a cada uno cantidades diferentes porque conoce las capacidades de
cada uno; no entrega más de lo que un siervo pueda manejar, entrega lo justo
para que no haya complicaciones y pueda realizar su trabajo.
Lo
segundo es la actitud de generosidad, pues la confianza que les tiene lo lleva
a poner sus riquezas en sus manos; un talento equivalía a la unidad monetaria
más alta en el tiempo en que se escribió el Evangelio, y equivalía a 6000
denarios; si nos detenemos a pensar que un denario era el pago popular de un
día de trabajo, un denario era algo así como unos diez y seis años y medio de
trabajo, y que el primer siervo recibió cinco, llegamos a la conclusión que ha
puesto en sus manos ¡Toda una vida de trabajo!
Aquí
detengámonos un momento y pensemos: ¿Cuántas cosas me ha confiado Dios a mi en
su infinita generosidad?¿realmente soy consiente de lo mucho que confía en mí?
2. «Después
de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores»
Ahora
fijémonos en la respuesta de los servidores frente a la confianza y la
generosidad de su Señor.
De
los primeros dos la respuesta es idéntica, entregan duplicada la suma que
recibieron al inicio, han puesto a trabajar la confianza y la generosidad y han
ganado el poder duplicarla, pues no solo duplicaron los talentos recibidos,
duplicaron además los sentimientos de su Señor para con ellos. Esto nos habla
de que conocen a su Señor, de la misma manera que Él los conoce a ellos, saben
bien que es un hombre exigente, pero sobre todo, lo aman profundamente, pues,
¿de que otra manera se explica que aquellos hombres no hubieran huido con tan
grandiosa oportunidad de riqueza? Si se han quedado es porque aman a su Señor,
porque a su lado nada les falta, porque con Él todo lo tienen, su persona colma
todos sus anhelos, por eso lo esperan, y por el amor que le tienen ponen todo
su esfuerzo para que cuando regrese pueda encontrar multiplicadas sus riquezas.
En
estos personajes, relumbra demás, una virtud humana básica y muy importante, la
virtud de la diligencia. La primera lectura hace una bella semblanza de esa
virtud representada en una mujer hacendosa (Proverbios 31, 10-13.19-20.30-31.)
que se procura los medios para combinarlos con sus habilidades y producir con
ellos cosas con las cuales enriquece a los que se encuentran a su alrededor, lo
que le trae a su vez el agradecimiento y la alabanza de quienes son capaces de
reconocer su labor.
Muy
contraria es la actitud del tercer siervo. Este se nos presenta cargado de
miedo y desinterés. Este al igual que los anteriores es conocido por su amo
quien sabe de sus capacidades, un poco limitadas, por lo cual se le confía aún
menos que los demás, quizá con la esperanza de que dicha confianza le ayude a
crecer; y por su parte este siervo también conoce al amo, eso queda claro cuando
le hecha en cara sus exigencias: «Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras
y recoges donde no esparces», sus palabras denotan que lejos de amarlo como los
otros dos le tiene miedo, no puede ver en él a alguien de quien fiarse, no es capaz
de corresponder a la confianza que le ha dado; no es capaz de tener iniciativa,
ni siquiera un poco de creatividad, o al menos, interés por imitar el ejemplo
de sus compañeros, simplemente esconde lo recibido en la tierra y se sienta a
esperar a que el amo regrese; tal vez pudo haber huido con el talento recibido,
pero ni siquiera de eso es capaz, no se queda porque sienta amor a su Señor, se
queda porque lejos de él no sabría que hacer, no quiere renunciar a la
comodidad de ser simplemente un autómata que recibe ordenes sin siquiera pensar
un poco para poder producir algo que compartir con los demás.
Gracias a esta parábola
es que en el lenguaje comenzamos a identificar la palabra talento ya no solo
como unidad monetaria sino para identificar todas aquellas habilidades humanas
con las cuales podemos desarrollarnos,
crecer en la sociedad y en la comunidad, con los cuales podemos ganarnos un
lugar en la vida de los demás a base de respeto y admiración; en la parábola,
el talento tiene un significado semejante, pues representan aquellas cualidades
y actitudes dados por Dios para la construcción de su Reino, los cuales se
ponen a disposición de los demás por medio del servicio, no con afán de ganarse
su respeto y admiración, sino simplemente por amor, por el deseo de construir
una realidad mejor para todos.
Si nos fijamos bien,
vemos de nueva cuenta relumbrar aquí las tres actitudes cristianas
fundamentales: la fe que se tienen ambos, Señor y siervos, que se manifiesta de
forma positiva en la confianza con la que el amo deposita en ellos sus bienes,
en la manera en que los dos primeros confían en que al ponerlos a trabajar
lograrán producir ganancias; la esperanza se manifiesta en la posibilidad del
reencuentro entre ambos, Señor y siervos, pues es ella quien motiva al Señor a
resguardar en sus siervos sus bienes para recuperarlos después, y a los siervos
para poner a trabajar los talentos con la finalidad de aumentar la riqueza,
preparando así lo suficiente para un futuro que se augura feliz; finalmente el
amor se manifiesta en el conocimiento que Señor y siervos tienen el uno del
otro, y que se manifiesta más claro en el intercambio de bienes, cuando los
siervos entregan los talentos multiplicados y el amo introduce en el banquete
festivo a sus siervos, a quienes al parecer, ya considera sus amigos, puesto
que, según la mentalidad de la época, un amo no invita a sus siervos y esclavos
a la mesa (Cfr. Lucas 17, 7-8), sino por el contrario, invita a sus amigos, a
quienes comparten su nivel social; aquí el amo de la parábola imita el actuar
de Jesús, que deja de considerar a sus discípulos como siervos para darles
trato de amigos (Cfr. Juan 15,15).
En cambio, la ausencia
de estos tres valores es notoria en el último siervo: no tiene confianza en el
amo, ni en sí mismo, ni en los demás como para hacer lo mínimo (depositar el
dinero en el banco) con el talento confiado; no tiene esperanza en el futuro,
por eso no alcanza a vislumbrar la necesidad de hacer crecer el bien recibido;
carece de amor, porque dice conocer a su Señor, pero solo lo ve como una figura
negativa, opaca, exigente, incapaz de comprenderlo aun cuando conoce sus
capacidades. No se trata con esto de hacer fuego con este ultimo siervo,
finalmente son las vicisitudes de la vida las que seguramente lo han llevado a
asumir un estilo de vida semejante, se trata de reconocer en él, el pesimismo
de la vida que constantemente nos pone la tentación de quedarnos estáticos,
contemplando un pasado, glorioso o doloroso, pero sin la capacidad de iluminar
y construir un futuro mejor.
Hay personas como este
siervo, que viven esperando una gran oportunidad, considerando que los talentos
que tienen no son lo suficientemente buenos para ellos, que no van de acuerdo
con sus capacidades, y se niegan a ponerlos a trabajar. Los talentos que Dios
nos da son oportunidades de crecimiento, porque primero se tienen dos talentos,
después cuatro, un día cinco y después diez, se multiplican con paciente
esfuerzo; las grandes oportunidades se esconden en lo que parecen pequeños
talentos: ¿acaso tener la responsabilidad de educar a los hijos es poca
cosa?¿hacer de ellos buenos seres humanos no es un desafío?¿Amar y respetar al
esposo o esposa en absoluta fidelidad es una pequeñez? ¿ser buen estudiante,
empleado, patrón no implica esfuerzo? ¿liderear un grupo pastoral en la
comunidad es un servicio inútil? Y en todos ellos es necesario la presencia de
la fe, la esperanza y el amor, para hacerlos llegar a la plenitud.
Aquí podríamos
detenernos una vez más para cuestionarnos: ¿Cómo he respondido a la confianza
que Dios me tiene? ¿Cuáles talentos me ha confiado? ¿Cómo los he hecho
trabajar? ¿ha sido suficiente? ¿Cómo me han hecho crecer esos talentos
confiados?
3. «Al que tiene se le dará
y le sobrará; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará»
La última escena es
contrastante, es el juicio que el Señor hace de sus siervos: a los primeros los
felicita, los premia con mayor confianza y los introduce en su banquete
festivo; en cambio al ultimo lo reprende, lo despoja y lo deja sumirse en su
miseria.
Parece una escena cruda,
difícil de comprender desde la perspectiva de un Dios amoroso y misericordioso,
y sin embargo es la consecuencia lógica de la apostura que cada uno asume. Por
una parte los primeros siervos arriesgaron todo sin esperar nada a cambio, y en
la lógica de Dios esto les atrae la bendición, pues aquel que tiene la
capacidad como Jesús de entregar hasta la propia vida por la causa del Reino
conquista su propia vida, y la conquista en plenitud, por eso recibe más de lo
que tiene, porque ha asumido que de nada sirve conservar los talentos si esto
lo lleva a perderse (Cfr. Mateo 16, 25-26); y entonces se le exalta, entra en
el banquete festivo porque ha aprendido a disfrutar ese Reino como banquete
festivo y no como trabajo oneroso de “sembrar y cosechar” sino de multiplicar y
compartir como aquella tarde lo hizo Jesús junto al mar de Galilea, entra a
compartir el gozo de su Señor que ha visto su entrega generosa y que con ello
ha producido lo suficiente para que el banquete nunca se acabe. Ellos, han
sabido ser creativos con el don recibido, han buscado los espacios más
propicios para “negociar” con los talentos y producir nuevos dones, todo sin
dejar de ser fieles a la confianza depositada en ellos.
Por otra parte, el
tercer siervo se sume en su propia miseria, se ha conformado con lo mínimo, lo
ha guardado avaramente, no ha sabido compartir y por ello no tiene la capacidad
de entrar en el Reino, por ello lo pierde todo, porque al final, en la lógica
de Dios, quien pretende conservar su vida termina perdiéndola, así como lo hizo
Judas, quien prefirió asirse a sus seguridades antes que quedarse al lado de su
maestro. La culpa no es del Señor, Él es justo, la responsabilidad de las
consecuencias recae en las decisiones de los siervos, que actúan conforme a la
prudencia o la imprudencia, la sabiduría o la necedad, a semejanza de las
doncellas de la parábola del domingo anterior.
Al
final, quienes se ven beneficiados con el trabajo son los mismos siervos, no lo
dice de manera explícita la parábola pero nos deja entrever que aquellos
hombres conservaron los talentos cuando el Señor pide que se quite al
negligente su talento para ser entregado a quien tiene diez; el Señor no guarda
nada para sí, se alegra con el triunfo de sus siervos y comparte las riquezas
que la generosidad ha producido.
Ante
las diferentes situaciones de nuestro contexto actual, la Iglesia necesita
“negociar” sus talentos en estos nuevos espacios, confiando en la bondad de su Señor;
la Iglesia necesita de una sabia y prudente creatividad que nos permita poner
los dones recibidos por el Espíritu al servicio de una humanidad cada vez más
alejada de Dios y de los valores del Reino; no podemos sepultar nuestros
talentos bajo la tierra de las formas, sobre todo cuando a nuestro Dios siempre
le ha interesado más el contenido (el amor, la compasión, la misericordia, el
perdón, la fraternidad) que las formas (ritualismos, tradiciones, rúbricas,
moralismos), porque así; lo mismo ocurre con cada cristiano, cuando renunciamos
a una fe audaz y valiente que acoge, ama y construye para aferrarnos a una fe
infantil, personalista, sumida en el miedo y basada en una imagen equivoca de
Dios, cuando pensamos que la fe se reduce al ámbito de lo cultual y devocional,
y deja de abrirse a la búsqueda de la transformación de la realidad; una Iglesia
y un cristiano que esconde sus talentos de esta forma está condenado
inevitablemente a quedarse en la oscuridad, donde solo hay llanto y
desesperación lejos del banquete festivo de los hijos de Dios.
El
resto de la reflexión depende de ti.
Bendecida
semana.
Daniel
de la Divina Misericordia C.P.
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