12 noviembre 2023

«Estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora» Mateo: 25, 1-13 || Reflexión dominical || Por: Daniel de la Divina Misericordia

 


DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

«Estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora» Mateo: 25, 1-13

Los domingos anteriores hemos meditado por medio de la Palabra de Dios sobre dos valores muy importantes: el amor y la fe, que vividos de manera sincera nos llevan al encuentro con Dios y con los hermanos. El día de hoy meditaremos sobre un tercer valor, el de la esperanza.

Pareciera que vivimos inmersos en la cultura de la inmediatez, pues las facilidades que nos brinda el mundo actual nos hacen pensar que todo está al alcance de nuestra mano, pues basta enviar un mensaje de texto para contactar a alguien, hacer un pedido por medio de una aplicación digital y podremos comer nuestra comida favorita, tomar un sencillo medio de transporte para en unas horas estar al otro lado del mundo; atrás quedaron los tiempos en que una carta tardaba semanas en llegar a su destino y unas cuantas más para tener respuesta de ella, atrás quedaron los viajes de semanas para llegar a un punto determinado, y con ello pareciera que quedaron olvidadas la paciencia, el saber esperar.

Podríamos preguntarnos ¿Cuándo todo lo tenemos al alcance de la mano realmente vale la pena esperar?  Dejemos que la Palabra de vida nos de la respuesta.

1. « Salieron al encuentro del esposo.»

La parábola que nos narra Jesús se abre con la presentación de los personajes: las diez doncellas y el esposo. Por un lado están las doncellas que esperan, en ellas podemos ver representada a la humanidad que espera la revelación de Dios, o a la Iglesia que aguarda el regreso del señor; por su parte el esposo es por antonomasia la figura de Jesús, que como nos lo ha prometido regresará para tomarnos consigo, como asegura Pablo en la segunda lectura (Tesalonicenses 4,13-17), para que estemos siempre con él. Fijémonos con atención en estos personajes.

Las doncellas son diez, y el evangelista nos describe un rasgo importante, la presencia o la carencia de la previsión, esto es lo que diferencia unas de otras. Prever es una actitud positiva, pues refleja atención y expectativa, atención en tener todo lo suficientemente preparado para realizar una acción, ver los detalles más insignificantes, para que todo este bien y evitar las sorpresas desagradables, expectativa por su parte es poder tener la capacidad de estar abiertos a un futuro inmediato, estar alerta para recibirlo, implica saber interpretar los acontecimientos para adelantarse a las consecuencias y evitar daños; la ausencia de esta actitud nos habla de desinterés y distracción, cuando algo no nos interesa y lo realizamos por compromiso sin duda dejaremos todo a la improvisación, y es reflejo además de una pereza mental que no quiere pensar, quedarse solo en lo superficial y hacer solo lo absolutamente necesario, se conforma con lo inmediato, no sueña, ni espera algo más.

Ciertamente podríamos pensar que la falta de previsión no hace daño a nadie, no provoca el mal. Sin embargo es un factor que impide hacer el bien, lo cual si provoca daño, al omitir hacer algo positivo. Esta actitud reflejada en la humanidad nos deja ver los rostros de tantos hombres y mujeres que han pasado por la vida en el anonimato, dejando este mundo tal y como lo encontraron, sin dejar huella, viviendo solo por vivir; y como consecuencia, el desinterés refleja rostros de hombres y mujeres que mueren en la oscuridad porque aquellos no han querido iluminarlos con la luz de su vida. En contraparte hay centenas de seres humanos que dejan huella en la historia y en los corazones gracias a que se han determinado a no dejar el mundo tal y como lo encontraron, a hacer aunque sea una mínima diferencia, porque en sus corazones brilla la luz de la esperanza de pensar que la vida y el mundo pueden ser mejores; y como consecuencia, pasan por la vida iluminando con la luz de sus vidas, contagiando su esperanza a centenas de hombres y mujeres que resucitan a una vida nueva gracias a su labor.

Si estas realidades están presente en la humanidad, también la podemos encontrarlas al interior de la Iglesia, y es precisamente de lo que el evangelista quiere prevenir a la comunidad cristiana: la Iglesia no puede pasar por el mundo sumida en el anonimato, tiene que ser un faro de esperanza, una lampara que arda para que los demás encuentren su camino.

Pero si el evangelista señala las diferencias en el grupo de doncellas también señala lo que tienen en común: todas salen al encuentro del esposo. Esto refleja el deseo nato de la humanidad por encontrar a Dios, la necesidad imperante de buscar al que es la causa de su vida y de su alegría, aun cuando no pueda acertar a actuar adecuadamente. Esto nos debe recordar la imperante necesidad de vivir en constante previsión, y no quedarnos encerrados en nuestras seguridades, deben dejarnos guiar por el sentido de esperanza que habita en nuestros corazones.

Otra coincidencia es que todas se dejan vencer por el sueño, todas caen rendidas ante el natural cansancio de la jornada; si la humanidad comparte el aspecto positivo de la esperanza, comparte también el aspecto negativo del desaliento natural ante las dificultades, todas despiertan ante el grito de alerta, unas para poner en practica lo que la previsión les hizo preparar, otras para sumirse en la angustia y la desesperación por su falta de precaución.

Por su parte, la figura del esposa pareciera más parca y borrosa, aparece en medio de la obscuridad de la noche, sin alertar de su cercanía, solo avisando de su presencia cuando esta ya está en la entrada, solo para entrar y cerrar la puerta, no se nos dice de donde viene, ni el motivo de su ausencia, solo se nos remarca su llegada y su presencia. Cristo el Señor es el esposo, que aparece así, de improviso, en medio de las oscuridades de la noche provocadas por el pecado de la humanidad, no avisa de su cercanía, simplemente se hace presente, y hay que tener los ojos bien abiertos y los oídos atentos para reconocerlo y apresurarnos a entrar en su morada, y no privarnos de su presencia.

2. « Denos un poco de su aceite, que se apagan nuestras lámparas.»

El nudo de la historia de la parábola provoca tensión, pues nos hace preguntarnos el porque aquellas previsoras no han querido compartir su aceite y evitar así que sus lámparas se apagaran. A primera vista parecería un acto muy egoísta de su parte, como quien no siente el mínimo afecto e interés por remediar el mal del otro, y más chocante nos parecerá si lo vemos desde la óptica cristiana que urge al amor del prójimo, particularmente al más necesitado. Pero si lo pensamos con detenimiento, las previsoras no provocan ningún mal, seguramente ambas tuvieron acceso a las mismas oportunidades, al poder tomar un poco más de aceite de reserva, la diferencia está en la decisión fallida de no haberlo tomado. Y sin embargo las previsoras no se dejan vencer, señalan hacia la tienda donde pueden adquirir, donde seguramente ellas adquirieron, su propio aceite. Prevén un mal mayor, que ambas se queden sin aceite, que aquellas sigan pensando que en la vida todo es tan sencillo como no prever y esperar a que los demás les resuelvan los problemas.

Quisiera ilustrarte esto con una breve historia: hace algunos años me abordó una madre de familia agobiada por una necesidad, buscando un poco de comprensión al ser escuchada; atravesaba por una crisis, pues el hijo mayor de su familia le había comunicado su decisión de abandonar la casa familiar para emprender su propio camino; al principio pensé que sería quizá un muchacho, pero al avanzar la plática descubrí que ya eran un joven que pasaba de los veinticinco años, con un trabajo estable y con patrimonio escaso pero seguro.

¿Dónde radicaba entonces la preocupación de la madre? Ella dio la respuesta: él no sabe lavar ni planchar por lo cual echará a perder su ropa, de cocinar ni hablemos porque terminará quemando hasta el agua, no sabe como se pagan las cuentas y seguramente le corten el agua y la luz, si se enferma no tendrá quien lo cuide, le costará despertarse por las mañanas y no habrá quien le prepare su lunch para comer en el trabajo, en pocas palabras, el necesitaría aun de su madre. Entendí de inmediato que en realidad el problema no estaba en que el hijo necesitaría de la madre, sino en el riesgo que para ella implicaba que él dejara de depender de ella, perdiendo así su lugar de importancia en la vida.

Entonces me atreví a preguntar: ¿Dónde aprendió usted a lavar, planchar, cocinar, pagar, las cuentas, despertarse a tiempo y curar sus enfermedades? Ella respondió: ¡La vida hermano, la experiencia me lo ha enseñado todo! Y no tuve que decir más, la mujer sola descubrió que tendría que dejar que su hijo quemara un par de camisas para aprender a planchar, comer dos o tres veces la sopa quemada o salada para aprender a cocinar, sumar unos cuantos retardos para hacerse el hábito de levantarse a la hora, y pasar unas cuantas jornadas de hambre para aprender a levantarse más temprano para prepararse el lunch, en pocas palabras, dejar que la experiencia de la vida, con todas sus dificultades, le ayudase a crecer aun más a él, y a ella le diera la oportunidad de esperar, de confiar, en que su hijo sabría salir adelante, y que a ella, como las doncellas prudentes, solo le correspondía señalar la tienda donde él podría adquirir su aceite.

A veces pensamos que lo mejor es evitar que los demás pasen por las malas experiencias de la vida, que lo mejor es resolverles los problemas, “para que no pasen lo que yo pasé”, y sin embargo a veces es necesario para que aprendan una lección; si lo pensamos bien, entre las obras de misericordia encontramos muchas de asistencialismo: dar de comer, dar de beber, vestir, hospedar, pero también encontramos que enseñar, aconsejar y reprender también lo son; todo depende de que aprendamos a enseñar a los demás a esperar, y nosotros esperar que ellos puedan obtener su propio aceite, en la tienda de la vida, lo cual es también un acto de amor y de misericordia.

3. « Las que estaban preparadas entraron con Él al banquete [...] les aseguro que no las conozco»

La parábola se cierra con un cuadro trágico: mientras las previsoras disfrutan en el banquete de la presencia del esposo, las negligentes golpean con desesperación la puerta. Es curiosos que el evangelista no mencione si tuvieron oportunidad de llenar de nuevo sus lámparas, simplemente se encontraron con la puerta cerrada.

Aquí entra el condicionamiento del tiempo, nadie sabe ni el día ni la hora de la llegada del Señor Jesús, sea en la parusía, sea en el momento de la propia muerte, nadie sabe la extensión de su vida; puede ser que a lo largo de ella hemos llenado del aceite precioso de la experiencia nuestra lampara, hasta llenarnos de sabiduría que nos hace estar alerta como decía la primera lectura (Sabiduría 6, 12-16), porque no sabremos si el tiempo que perdimos dormidos en nuestra indecisión o pereza podrá recuperarse y nos alcanzará para llenar nuestras lámparas; por ello la parábola termina con la invitación a estar atentos, a tener esperanza.

Nuestra vida debe entonces afianzarse en la esperanza, en esa actitud que nos hace aprovechar las obscuridades de la noche para hacer relumbrar más nuestras lámparas que se alimentan de la fe y del amor; la esperanza no es una simple actitud resiliente, como la de una roca que resiste los embates del tiempo y el clima, como quien solo pretende sobrevivir o evitar un castigo; la esperanza es una actitud activa, que va llenando de aceite la lampara, porque está expectante a que sus anhelos más profundos sean colmados, que el esposo le haga entrar a su banquete para estar con Él.

El esposo está por llegar, la noche se cierne sobre nosotros, y probablemente el sueño nos haga caer, ¿estas preparado para la espera?

El resto de la reflexión depende de ti.

Bendecida semana.

Daniel de la Divina Misericordia C.P.

 

 

 

 

 

 

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