17 abril 2021

El Resucitado, cabeza del cuerpo místico y Señor de la creación | Iván Ruiz Armenta

 

Según el número 8 de la Constitución Gaudium et Spes, Cristo es la cabeza de la Iglesia, su cuerpo místico. El mismo numeral de esta Constitución Pastoral nos recuerda que gracias al bautismo, los creyentes nos configuramos con Cristo, y que, así, todos quedamos hechos miembros de su cuerpo (Cf. 1 Cor 12, 27). Pero no se trata solamente de un “yo-con-Cristo”, sino también de un “yo-con-un-tú-nosotros” (Rm 12, 5). Se trata, por tanto, de una “doble unidad en una sola comunidad”. Pero no sólo eso, sino que también se trata de una doble unidad en una sola comunidad en un “proceso continuo”, que comienza en la vida terrena y se continúa en la incorporación a la Vida eterna, culmen de la primera.


Todo esto tiene sentido desde dos acontecimientos cristológicos que se presentan como un proceso continuo, a saber, la resurrección de Jesús, el Verbo encarnado. Mediante la encarnación, el Verbo de Dios se hizo semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Hb 4, 15). Fue así como asumió nuestra naturaleza humana para formar una comunidad única con nosotros en la que se hiciera realidad el reinar de Dios.


Esta comunidad no sólo fue querida por el Jesús histórico pre-pascual, sino también por el Jesús resucitado pos-pascual. Prueba de ello son sus apariciones a sus discípulos. La más importante y significativa a este respecto, según mi propio juicio, es la presentada por Mateo, a saber, «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán» (Mt 28, 8). Este texto, además de servir para resaltar la figura de la mujer como la primera testigo y mensajera de la resurrección, nos presenta a un Jesús resucitado que no se desentiende de su primitiva comunidad, sino que la fortalece, según el cuarto evangelio, mediante la efusión del Espíritu Santo y la “transmisión” filio-paterna de Dios (Jn 20 17-23), que los posibilita para su incorporación a la comunidad trinitaria. Todo esto, lleva a subrayar que, aunque se suele hablar explícitamente del Cuerpo místico «de» Cristo, se sabe que ese cuerpo es la comunidad eclesial guiada por el Espíritu -co-fundador de ésta- hacia un encuentro con el Padre.


Pero aun falta algo más por agregar, el “descenso al infierno” del Resucitado. A juicio de Joseph A. Bracken, el descenso a los infiernos es la significación no solo de un Cristo cabeza de su cuerpo místico, sino la condición necesaria para que Cristo sumiera un papel cósmico: «Jesús, en su descenso al infierno, tuvo la tarea adicional de experimentar de primera mano la finitud y la imperfección del proceso cósmico como un todo para trascenderlo e incorporar el mundo creado a su divinidad y a la vida de la Trinidad».[1] En este sentido, la comunidad humana se ve extendida a la creación toda. En palabras del mismo Joseph A. Bracken, «el cuerpo místico de Cristo representa una realidad socialmente organizada trascendente que incluye no solo a todos los seres humanos si no a todas las criaturas de este mundo».[2] Esto puede ser releído y mejor comprendido dese la «recapitulación de todo en Cristo» paulina (Col 1, 10).


En resumen, los acontecimientos cristológicos de la encarnación y resurrección son: 1) los sustentos bíblicos para decir que la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, es una comunidad humana que se extiende a toda la creación, presentándonos a un Cristo cósmico; 2) las bases bíblicas para sostener que la resurrección de esta comunidad debe ser vista como un proceso continuado entre el aquí y el más allá, entre el ahora y la plenitud de los tiempos, entre nuestra realidad terrena y nuestra realidad de resucitados; y 3) el Resucitado es la cabeza de su cuerpo místico y el Señor de la creación.

¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta

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[1][1] Joseph A. Bracken, «Resurrección personal en el cuerpo místico de Cristo», en SelT 225 (2018) 37.

[2] Ibid., 38.

2 comentarios:

  1. No entiendo a que se refiere Cristo cósmico y que tiene que ver que haya descendido al infierno con lo cósmico.

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    1. El Cristo cósmico hace referencia a que Cristo abraza TODA la creación. Así se entiende que descendiera al infierno (las profundidades o lo inferior de la tierra). Para ser salvador de TODA la creación (cósmico) había de bajar también a "las partes inferiores de la tierra".

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