02 agosto 2020

Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me seque la diestra. La persistencia en la fe



Durante el siglo VI a.C., cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, conquistó Jerusalén, algunos judíos fueron exiliados de Jerusalén y llevados a Babilonia. En esta tierra ya no tenían un lugar de encuentro con Yahvé y, por ello, toda su tradición socio-religiosa se veía amenazada. Vivían una crisis que no es de extrañar que se extendiera hasta la fe en Yahvé.


En medio de esta situación, los babilonios les pidieron a los judíos que cantaran «un cantar de Sión». Los deportados, fieles a su tradición orante, compusieron un cántico para fortalecer y reafirmar su fe en Yahvé. Los primeros tres versículos del Salmo 137 ponen en contexto la situación de los deportados; los siguientes tres son el testimonio de la reafirmación de la fe de los judíos en tierras babilonias.


1A orillas de los ríos de Babilonia,
estábamos sentados y llorábamos,
acordándonos de Sión;
2en los álamos de la orilla
teníamos colgadas nuestras cítaras.

3Allí nos pidieron
cánticos nuestros deportadores,
nuestros raptores alegría:
«¡Cantad para nosotros
un cantar de Sión!»

4¿Cómo podríamos cantar
un canto de Yahveh
en una tierra extraña?
5¡Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se seque mi diestra!

6¡Mi lengua se me pegue al paladar
si de ti no me acuerdo,
si no alzo a Jerusalén
al colmo de mi gozo!


El motivo para que los judíos deportados pensaran que Yahvé los había abandonado no era menor: ¡se encontraban exiliados de la tierra prometida dada por Dios mismo! Quizá muchos de nosotros estemos atravesando por un sentimiento de abandono similar respecto de la presencia de Dios en nuestra vida. Los motivos tampoco son menores ni pocos: la pandemia, la pérdida de un ser amado o el alejamiento de la familia por seguridad sanitaria, la situación económica cada vez más apremiante, la incertidumbre de un mañana que no se sabe cómo se tornará, y un largo etc.


Todas estas realidades históricas, que dejan un muy mal sabor de boca, amenazan con permanecer más tiempo del previsto y querido. Algunos ya no saben ni que hacer. El agua les está llegando al cuello y no encuentran un respiro.


Pero como hombres y mujeres de fe no podemos hacer menos que unirnos al unísono y cantar nuestra fe firme y confiada en Dios: ¡Si me olvido de ti, Dios mío, que se seque mi diestra! ¡Mi lengua se me pegue al paladar si de ti no me acuerdo, si no hago de tu presencia el colmo de mi gozo! Es momento de fortalecer aún más la confianza en que Dios mismo camina a nuestro lado.


Que tristeza sería ver a un cristiano devastado por creerse verdaderamente abandonado por Dios. Esa imagen no puede ser otra que la de un creyente tibio (Ap 3, 16) que necesita orar sin cesar (1Tes 5, 15) en espíritu y verdad (Jn 4, 23), para que como en Pentecostés (Hch 2) el Espíritu Santo descienda y lo fortalezca. Aunque si lo pensamos bien y concienzudamente caeremos en la cuenta de que todos necesitamos hacer lo mismo. Sólo así podremos superar el bache en el que nos encontramos como humanidad. Hacer esto significa entregarse completamente a Dios. Que nosotros seamos templo de su Espíritu (1Cor 6, 19), para que él sea nuestros ojos, manos, pies y cabeza.


Sólo si abrimos verdaderamente nuestro corazón a Dios vamos a poder experimentar su amor y cercanía a cada instante. Cuando no logramos esto es porque estamos haciendo algo mal: no lo estamos buscando con el corazón sincero y abierto.


Si en algún momento sientes desfallecer en la fe, abre tu biblia, lee el salmo 137 y reafirma tu fe en Dios. Él vera la ofrenda de tu corazón sincero que le presentas y te fortalecerá completamente. Recuerda que Dios jamás abandona, porque es un Dios de la historia que camina hombro con hombro al lado de su pueblo. Y así como liberó a nuestros hermanos judíos de aquella situación de desasosiego, nos librará a nosotros de todos nuestros miedos y temores. Así que qué esperas ¡CONFÍA PLENAMENTE EN DIOS!


¡Paz y Bien!
Fraternalmente
Iván Ruiz Armenta


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