PRIMER
DOMINGO DE CUARESMA
La liturgia
de la Palabra de este domingo inicia con la lectura del libro del Génesis. El
pasaje que nos narra esta lectura es la caída del hombre, la seducción de la
serpiente a Eva. Después, el evangelio de san Mateo, nos presenta "las
tentaciones de Jesús".
El relato del Génesis lo ubicamos dentro de la narración de toda
la creación, la armonía que existía entre Dios y Adán y Eva, la armonía de
ellos con la creación. Estaban desnudos y no sentían vergüenza, nos dice el
texto sagrado. Mientras Adán y Eva mantenían su relación con Dios, mientras
hablaban con Él al atardecer, encontraban la realización de sus vidas, se
descubrían a ellos mismos, como la obra más perfecta de Dios, llamados a vivir
de una manera auténtica, cuya aspiración era participar de la divinidad de su
Creador, como un don gratuito de Él. Pero llega el "tentador" el mal,
el pecado, que distorsiona la imagen del hombre y su vocación a participar
plenamente de la vida con Dios. El mal que entorpece el hombre y lo ata a las
cosas efímeras y materiales, tratando de borrar en él todo indicio de
aspiración, realización y trascendencia. Y está será siempre la tarea del mal,
del pecado, distorsionar la vocación del hombre.
Mateo al presentarnos el relato de las tentaciones de Jesús nos
deja muy claro esta realidad: el mal busca perder completamente al hombre.
Jesús mismo experimenta estas tentaciones. San Mateo concretamente nos presenta
tres:
-Jesús que ayuna y siente hambre. El deseo de satisfacerse. El mal
lo tienta diciendo: manda a esas piedras que se conviertan en pan. El mal sabe
que puede seducir al hombre para que busque satisfacerse a él mismo, para
llenarse, para complacerse. Darle al cuerpo todo lo que pida, y que no siempre
es lo que necesita. Esta tentación esclaviza al hombre al plano meramente
material y terrenal. Importa disfrutar, someter el cuerpo a los placeres, sin
aspiraciones, sin el sentido de trascendencia. Jesús responde: no solo de pan
vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. Esta
expresión de Jesús recuerda el origen del hombre, de la boca de Dios salió el
soplo que le dio vida. La Palabra que sale de su boca y llega al oído y al
corazón del hombre lo mantendrán siempre con vida, recordándole siempre su
destino de trascendencia.
-La tentación de querer someter a Dios a nuestro antojo. El mal
tienta diciéndole a Jesús al llevarlo a la parte más alta del templo: si eres
el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está escrito: mandará a sus ángeles
que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en
piedra alguna. La tentación de confundir la fe con espectáculos, con
sentimentalismos, con puros eventos. Dejarnos llevar por cosas sorprendentes,
"famosos milagros" que no nos abren a la realidad verdadera y
concreta de Dios. Jesús responde de igual manera que lo anterior: No tentarás
al Señor tu Dios. Dios no se comunica con el hombre por medio de espectáculos,
sino en el diálogo ameno y profundo, a través de los acontecimientos sencillos
como la brisa de la tarde. Dios se expresa y se revela al hombre en Jesús, el
que es como nosotros. Dios nos habla de tal manera que lo podamos escuchar y
entender.
La tentación de aparentar. Te daré todo esto si te postras y me
adoras, la última tentación del mal. Darte todo. Es imposible, el hombre no lo
puede tener todo. Es algo que algunos no han entendido, el hombre no lo puede
tener todo. Pero seducido por el mal, el hombre se afana por tener todo, ¿a
cambio de qué? De perderse. Cuántas veces el hombre se ha convertido en esclavo
del trabajo, en maquina, todo por querer tener más y más perdiendo las cosas
importantes de la vida. Una tentación de deseos, de ambición de querer aparentar,
figurar, para controlarlo todo. La respuesta de Jesús nuevamente es firme:
Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo servirás. Aquí la clave, la propuesta,
que vence la tentación de aparentar y querer poseer. Adorar a Dios es estar
profundamente ligado a Él, con el amor, el diálogo, el servicio, la entrega
generosa. Es pertenecerle a Él y a la vez tenerlo para nosotros. Y en esa
comunicación, con Él, el hombre recordará siempre su vocación: ser parte de la
vida divina de Dios.
El mal te llevará a satisfacerte, Dios te lleva trascender. El mal
te sugerirá que ambiciones, Dios, que anheles. El mal te llevará a que quieras
poseer, Dios, a que sirvas. El mal te invita a aparentar, ocultarte, Dios te
lleva a ser tú mismo.
El diablo es todo lo que divide, comenzando por el corazón del
hombre. Dios es el que une, el que armoniza, comenzando también desde el
corazón del hombre.
El mal, por muy apetecible que se presente, llevará a la ruina.
Dios, por muy exigente que se presente llevará al hombre a participar de su vida
divina.
Paz y Bien.
Fr. Alonso OFM
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